Blog de Antonio Javier Roldán sobre adolescencia y educación

Capítulo 12


viernes, octubre 24th, 2008

 

 

Las drogas (I): La puerta sin llave

 

Entrar en la adolescencia es una experiencia similar a pasear por el interior de un hotel. Uno camina por un pasillo enmoquetado, rodeado de puertas a ambos lados, sabiendo que algunas de ellas serán confortables, las menos esconderán secretos apasionantes, otras ocultarán la ropa sucia y siempre habrá una suite de lujo que estará al alcance de unos pocos privilegiados. El secreto para disfrutar de la estancia es venir preparado con el mayor número de llaves posible, que nos permita explorar el mundo de los adultos con seguridad y amplitud de oportunidades.

Sin embargo a menudo el adolescente acude al hotel con pocas llaves o ninguna, convirtiendo su caminar por la alfombra roja en una ruta en la que cada habitación aparece como un escaparate al que no puede acceder. Es entonces cuando suple sus carencias buscando aquellas puertas que estén abiertas por descuido o porque no guardan nada de valor.

Estos jóvenes que buscan la opción más fácil se reconocen por:

  • No tienen un equilibrio entre la vida social y la familiar, por lo que intentan abrir la puerta sin tener la llave adecuada.

  • Se han cansado de esperar a la llave que pidieron en recepción y que no acaba de llegar a sus manos. Son impacientes y buscan resultados y sensaciones inmediatas.

  • Deciden seguir a otros huéspedes que optaron por entrar en la habitación sin llave, porque la presión del grupo les ha obligado a no quedarse solos en el pasillo.

  • El abanico de posibles opciones les agobia y no se sienten capaces de tomar las riendas de sus vidas y pelear por conseguir su llave.

  • Han aprendido en casa que al menor síntoma de dolor hay que acudir a los analgésicos o antidepresivos, así que ¿por qué no salir por la puerta abierta y eludir el dolor y el esfuerzo?

Mientras la puerta abierta sigue invitando a algunos adolescentes, otros observan con atención la llave que esperaban desde hace tiempo. Saben que ha llegado el momento de acercarse a la cerradura y enfrentarse a su destino. Son personas con notas aceptables o buenas, que desde pequeñas no se han dejado arrastrar por su grupo, que han sabido preservar su individualidad y derecho a decir “No”, que han comprendido que las mejores habitaciones se logran a base de esfuerzo, que han sabido dar armonía a su cuerpo gracias al deporte, que han forjado su llave desde la familia y el colegio a partir del diálogo, las normas, la coherencia y el afecto, y que desde que tienen uso de razón han emprendido su propio proyecto de vida desde la responsabilidad y los sueños que pretendían alcanzar.

A veces, cuando los adultos caminamos por el pasillo y vemos el trajín de puertas que se abren y cierran, descubrimos que alguien echa un vistazo por la que carece de llave y nos llevamos las manos a la cabeza como si fuera una salida de emergencia que solo se puede abrir en un sentido. No. Afortunadamente todas las puertas tienen bisagras. El huésped equivocado puede regresar al pasillo y continuar la búsqueda en el lugar en el que la dejó. Puede ser interesante hablarle de las drogas como esa máscara que tapa otras carencias personales, así como de las consecuencias sociales derivadas de su uso y abuso. Podemos sentarnos con él en la cafetería del hotel con tiempo por delante, para que nos cuente su vida, sin juzgarle con severidad ni expulsarle por la puerta de servicio. Sería bueno que le demostráramos nuestra confianza para que sea él mismo el que se enfrente al dolor y a la responsabilidad, porque es inútil contarle que el tabaco mata o que el alcohol te convierte en un muñeco, sin curar las heridas que le llevan a su consumo.

Por eso creo que la solución no es poner un biombo delante de la puerta abierta con el cartel de “Peligro”, sino vigilar la forja de las llaves para que estas no tengan muescas o esquirlas que las conviertan en trozos de metal inútiles.

Las puertas fáciles abundaron durante el inicio de mi adolescencia. Creo que tuve la suerte de no percatarme de ellas, porque mis profesores y mi familia se preocuparon por enseñarme que debía ignorarlas, pero sí pude contemplar el doloroso espectáculo de los jóvenes que regresaban después de visitarlas. Muchos días compartí con ellos partidos de baloncesto, tardes de sol en el parque e incluso pupitre. Sentí mucha rabia cuando les veía hundirse en aquel mundo, al igual que rencor hacia aquellos que les enseñaban la puerta abierta y que además se lucraban con ello.

 

Antonio Javier Roldán

 

Colaboraciones


Recuerdos de un profesor jubilado (IV): Los que se quedaron atrás (1ª Parte)

Ahora resulta que todo el mundo hizo algo por el advenimiento de la democracia. Nadie quiere confesar que quizás estaba preparando oposiciones, como un eminente político, o que le dio miedo, o que no comprendió nada. No, siempre decimos que todos teníamos conciencia de lo que había que hacer y lo hicimos, y presumimos de haber pertenecido a una generación clave en la historia de España. Pero hubo mucha gente marginada del proceso, que siguió trabajando de sol a sol sin enterarse de que vivía años históricos. Estoy recordando a una parte de la juventud rural.

Durante los años sesenta fui maestro rural. Era un pueblo de dos mil habitantes, de los que menos de la mitad vivían en el núcleo urbano, y el resto dispersos por el campo hasta distancias de siete u ocho kilómetros. Mientras se celebraba el Concilio Vaticano II, comenzaban a cantar los Beatles o estallaba el Mayo del 68, mis alumnos sólo sabían de sementeras, escardas, olivares, burros y gallinas, y mucho, por cierto. Yo fui durante seis años su maestro de letras y cuentas, pero su alumno en distinguir flores, saber cazar zorzales o cómo aparejar un burro. Formábamos una comunidad educativa muy original, de la que quizás escriba en otra ocasión.

El Instituto más cercano a la aldea distaba más de veinte kilómetros, y eso era mucho entonces. La Universidad era inalcanzable. Sólo los ricos podían enviar a sus hijos a las de Sevilla o Granada. Los estudios de mis alumnos se acababan, con suerte, cuando se aprendía a leer, escribir y algo de cuentas. Algunos lo dejaban antes. Después sólo quedaba tirar del burro o coger aceituna, y seguir haciéndolo el resto de su vida. Algunos padres emigraban, dejando sus hijos en nuestras manos, pero la mayoría estaban atados a un trozo de olivar o a la voluntad del señorito.

Entre el cura y los maestros formamos una especie de academia gratuita, en la que ayudábamos a quienes quisieran a prepararse para el Bachillerato y Magisterio, pero no muchos respondieron. De las niñas sólo dos o tres, porque sus padres las destinaban a las tareas domésticas en cuanto tenían doce años, o a trabajar envolviendo polvorones a diez kilómetros del pueblo. De los niños sólo logramos formar a un maestro, y que algunos aprobaran dos cursos de Bachillerato, pero pronto los veíamos tirando del burro o con las manos heladas de coger aceituna en invierno.

Murió Franco, se inició la Democracia y se aprobó la Constitución, pero ellos siguieron atados al trozo de huerto, a escuálidos olivos o a un salario mínimo. Es muy difícil saber cómo va España si has de pasar de campaña en campaña agrícola ofreciendo la fuerza de tus brazos o sacando un rendimiento de supervivencia de un pequeño terreno. Y un buen día, ya en los ochenta, se presentaron gentes hablando en nombre de la Junta de Andalucía, y mis antiguos alumnos tuvieron que comenzar a entender qué era eso de las Autonomías, y a pensar si habrían cambiado de amos.

Antonio Roldán Martínez (Web)

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La Pavoteca examina a…

 

Manuel Toharia

Biografía: Wikipedia

Web: Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia

1.Pregunta de Matemáticas: ¿A qué edad recuerda que se inició su adolescencia?

No tengo ni idea. Supongo que la adolescencia se inicia cuando uno pierde la ingenuidad infantil para plantearse temas mucho más adultos, con la angustia que ello supone por la falta de preparación para ello. Quizá, en mi caso, fue cuando dejé de estar enamorado de las niñas de mi cole de manera absolutamente angelical y comencé a mirarles las piernas o el pecho…
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2.Pregunta de Ciencias Sociales: ¿Cómo percibía entonces la sociedad que estaba descubriendo?

Como una terrible incógnita, llena de enemigos reales o imaginarios, a los que no sabía cómo enfrentarme. Muy pronto descubrí que la única ayuda que podía recibir consistía en plantearme a mí mismo preguntas concretas y buscar las respuestas menos inadecuadas.

3.Pregunta de Tecnología: Hoy en día muchos adolescentes se sienten fascinados por las consolas, los ordenadores, los móviles… ¿En qué empleaba usted su tiempo libre?

A los once años comencé a tocar el piano, a los trece la guitarra. Ésta era mucho más versátil porque la podía llevar conmigo a las excursiones por el campo. Y servía para ligar mucho más fácilmente. Nunca necesité, pues, a la electrónica. Me bastaba mi propio rollo verbal, y de vez en cuando una cancioncilla de Brassens o de Atahualpa Yupanqui...

4.Pregunta de Lengua: ¿Cómo era su comunicación con los adultos?

Muy fluida, pero en idiomas distintos. Lo único en común era el concepto de autoridad: los adultos mandan, los adolescentes obedecen… o hacen como que obedecen. Es lo menos problemático.

5.Pregunta de Educación Física: ¿Le importaba mucho su aspecto físico?

Muchísimo. Siempre pensé que tenía la cabeza pequeña y cara de crío. Un horror. Y eso que entonces aun no me estaba quedando calvo. Eso fue mucho después, y por fortuna me pilló ya entrenado a las lides del aspecto físico indeseable.

6.Pregunta de Educación Plástica: En la adolescencia procuramos escoger nuestra ropa según la imagen que queremos transmitir a los demás. ¿Cómo era su imagen entonces?

Jamás pensé en ello. Toda mi vida infantil y juvenil quedó marcada por ser el segundo de la familia, a sólo un año de distancia de mi hermano el mayor. Solía heredar sus cosas. Y de más mayor, uno se compraba lo que se podía, que no era mucho, en época de carestía económica global en el país (nací en 1944 por si alguien no lo sabe, cuando se lanzó el Sputnik yo tenía 13 años).

7.Pregunta de Ciencias Naturales: ¿Recibió alguna información sobre educación sexual o prevención de drogas fuera del entorno familiar?

Jamás. Lo del sexo era sencillamente pecado mortal. y las drogas nadie sabía lo que era, aunque mucha gente fumaba y no pocos bebían alcohol en exceso. Pero eso era socialmente aceptable.

8.Pregunta de Música: ¿Qué tipo de música o artistas escuchaba en su adolescencia? ¿Los sigue escuchando?

Desde pequeñito, quizá por culpa de mi padre, yo he sido asquerosamente intelectual. Me gustaba mucho la música clásica, muchísimo Chopin -Nocturnos, mmmm.- y Beethoven -el segundo tiempo del Concierto nº3 sigue siendo insuperable-, y también Schumann y Falla, y sobre todo admiraba a Bach. Pero también me gustaban Renato Carosone, y Brassens, y los Beatles, y Neil Sedaka, y Brel, y Domenico Modugno, y Paul Anka… Muy ecléctico todo…

9.Pregunta de Idioma extranjero: ¿Sintió alguna vez que nadie le comprendía?

Probablemente siempre. Y no sólo de joven. Por eso quizá hablo y escribo tanto, con la esperanza, seguramente vana, de que alguna vez me entenderán. Y ya tengo 64 años… No sé, no sé.

10.Pregunta de Religión/Ética: Al llegar a esta etapa de la vida, ¿hubo algún cambio en sus valores o principios?

Pues bastantes. Quizá el cambio esencial es que comprendí que me habían timado con eso de dios, y todo lo que de esa idea se deduce en términos socioreligiosos. Desde que me hice adolescente hubo en el mundo un creyente menos y un escéptico más.

¡Muchas gracias, Manuel!

Materiales recomendados

 

DVD: “Mentes peligrosas”

Una profesora, y ex-marine, Louanne Johnson acepta un empleo a tiempo completo en un instituto de Los Ángeles para impartir literatura a una clase de estudiantes con talento pero con problemas sociales. Rápidamente se da cuenta de la necesidad de captar su atención para poder ayudarles o renunciar a un trabajo que le interesa. En lugar de ganarse su confianza con la disciplina, aprendida en el ejército, opta por sembrar el afecto profundizando en sus vidas.

Aunque el guionista utiliza algún tópico en este tipo de cine, la película nos muestra una propuesta arriesgada y valiente, consistente en lograr el respeto a partir del compromiso personal y el afecto hacia los jóvenes, tema que ya hemos desarrollado en este blog. También nos recuerda que la paciencia es una premisa inludible para lograr los objetivos y que si estos son ambiciosos al final lograremos alguna de las metas.

Contenido

  1. Menú interactivo
  2. Acceso directo a escenas.


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