Blog de Antonio Javier Roldán sobre adolescencia y educación

Capítulo 33


viernes, marzo 20th, 2009

 

Educando en la afectividad

 

Adoro a mis pavitos. Sí, ni estoy loco ni sufro el llamado Síndrome de Estocolmo. Lo afirmo libremente, sin recibir ningún tipo de coacción ni amenaza. Sé que tengo la suerte de decirles adiós todos los días cuando suena el timbre a las 17:15 horas, y perderme sus contradicciones y contraindicaciones fuera del colegio -juego con ventaja-, pero las horas que comparto con ellos para mí son una gozada. Así que cuando les hablo de ecuaciones de segundo grado, parábolas, polinomios  y demás monstruosidades, procuro que se sientan motivados usando el cariño, el humor, el reforzamiento y la cercanía. Desde que introduje esa afectividad en mis clases he logrado reducir el fracaso escolar a la mitad y, lo que es más importante, enriquecerme como persona gracias a todo lo que ellos me aportan.

La afectividad debe fluir en ambos sentidos. Te respeto porque te quiero; todo lo tuyo me importa; tus problemas son mis problemas; etc. Así que si suspendes matemáticas es una cuestión que nos concierne a los dos, y juntos debemos afrontarlo y trabajar en equipo. Si entre mis alumnos y yo logramos un clima de felicidad,  confianza, respeto, constancia, esfuerzo, cariño, cercanía, les estaré enseñando algo mucho más valioso que el Teorema de Pitágoras, porque les estaré educando en las emociones. Seguro que alguien me dice que los adolescentes sólo sienten con la videoconsola o el Messenger, y que a veces parecen tan egoístas que no ven más allá de su nariz. Pues disiento, no estoy de acuerdo. Son auténticas máquinas de sentir, que ríen y lloran, sumergidas en una vorágine de sensaciones capaces de transformar su personalidad en poco tiempo, actuando como esponjas cuando se trata de interpretar los latidos de su corazón. Pero, ¿son capaces de poner nombre a esas emociones? Los adultos que tenemos que actuar como referentes en el mundo de los adolescentes tenemos que abrir una ventana que permita contemplar nuestras propias emociones –sí, queridos alumnos, yo estoy enamorado…- para que ellos sepan reconocerlas y hacerlas suyas. Las palabras que no se sustentan en la coherencia se las lleva el viento de la falta de credibilidad.

¿Cuántas veces hemos escuchado a un adolescente decir eso de “estoy hecho un lío y ni yo mismo me entiendo”? En ese momento podemos entablar con él un diálogo para ayudarle a precisar lo que siente entregándole como herramienta el vocabulario de las emociones que quizás no enseñamos en clase de mates. No basta un “estoy por ti” si lo que realmente quiere expresar es que quiere a alguien, o puede evitar eso de “no me gustas” si lo que enmascaran esas palabras es que “ni siquiera sé si me gusto a mí misma como para pensar en ti“. Por eso no debemos sentir pudor a la hora de mostrar nuestras emociones en público ante los jóvenes, porque necesitan esa referencia tanto, o más, que la académica.

Partiendo de esa premisa es inútil hablar de la prevención del consumo de drogas -ellos saben de sobra que son nocivas, no paramos de decírselo- sin analizar el motivo que lleva a su uso, como esas carencias sociales, falta de autoestima, presión del grupo o hastío ante un ocio inexistente. De igual manera no se puede afrontar una educación afectivo-sexual como si fuera un manual de fontanería o un croquis de Ikea, porque de manuales de instrucciones e ilustraciones deslumbrantes está Internet lleno, pero de respeto, equilibrio entre generosidad y búsqueda del placer, comunicación, construcción de un mundo de pareja íntimo, autoconocimiento en el espejo del otro, etc,  poco enseña el ágora del siglo XXI.

Así que la gran noticia en el desarrollo afectivo de un adolescente no es tanto su madurez física, sino la emocional, esa maravillosa urdimbre que anuda los sentimientos con la sexualidad y que los adultos debemos mostrarles para que en el día de mañana sepan disfrutar plenamente del amor.

Una vez, tratando estos temas en clase, un alumno me confesaba que sus padres le habían dejado un libro de la biblioteca del barrio sobre sexualidad. Lo estuvo hojeando durante toda la tarde y a la noche se lo devolvió  a sus paders algo decepcionado, diciéndoles que aquel tocho se parecía al manual de instrucciones de su discman -reproductor de discos-, porque explicaba como se manejaba el aparato, pero no enseñaba a sentir y gozar de la música que reproducía.

Es curioso… A veces son ellos los que nos enseñan emociones a nosotros. Por eso cada vez que entro en un aula lo primero que hago es abrir las orejas antes que la boca. Vale la pena.

Recomendación: Aunque ya lo dije en el capítulo 28 de este blog, para aquellos educadores o padres interesados en educación afectiva-sexual recomiendo el libro coordinado por Eva Bach “Lo más cerca posible. Bases para una educación afectiva y sexual sana”.


Antonio Javier Roldán

Colaboraciones

La urdimbre afectiva

Hay que situarse en el contexto de mi historia. Unos cuarenta y dos adolescentes furibundos de 15 años en el año 1984 metidos en un aula de dibujo, esperando que una psicóloga desconocida nos iluminara por los ignotos caminos de la sexualidad. La ponente en cuestión estaba imponente. La mitad éramos varones, y el resto compañeras de clase y de sueños, cuya madurez física y mental nos sacaba más de un curso de ventaja a nosotros, pobres portadores de hormonas desbocadas.

Pues en este ambiente, en el que más de una profesional se achantaría, lo primero que nos pidió a toda la concurrencia fue un concurso de sinónimos de la palabra “pene”, así en frío, con un par de ovarios, sin anestesia ni nada. A eso se le llama ser una valiente. La sorpresa inicial duró un minuto. Una vez lanzada la primera propuesta, aquello se transformó en una especie de taberna portuaria en la que nuestras amigas de género opuesto pugnaron por retomar la senda adulta a base de preguntas que nos abrumaron por nuestra ignorancia. Ya se sabe lo que se puede encontrar uno en una revista para chicas. Ellas con la revista “Vale” y nosotros con la “Heavy Metal” y el “Mortadelo”.

Así que, angustiados por la superioridad de las contrarias, pusimos orejas de burro gachas y en posición de escucha, dispuestos a que todas las mujeres, incluida nuestra im-ponente, nos sacaran de la ignorancia más vergonzosa. Nuestro único manual hasta la fecha, era el clásico diccionario Sopena de bolsillo, cuyas definiciones fisiológicas se convertían en citas filosóficas destinadas a ser debatidas en profundidad por nuestros cerebros en ebullición.

Quizás la charla nos decepcionó, porque en algunos casos la dinámica y los contenidos eran similares al que usaría un vendedor de multipropiedad. Todo ventajas, cláusulas abusivas y sonrisa Profiden ante al mundo de posibilidades que se nos abría por el simple hecho de ser ya hombrecitos y mujercitas. Pero faltaba algo, algo que ella no nos contaba y que era el pegamento capaz de das sentido a cada una de las extrañas piezas del puzzle. Para esa generación, espectadora de una televisión que todavía mantenía la vocación educadora, crecida entre el amor de Pancho y Bea, el machismo de Koji Kabuto hacia Sayaca, la ternura de Melody –película de Alan Parker sobre el amor de dos adolescentes que TVE nos puso dos sábados por la mañana- o las lecciones morales de Fama, no era difícil hilvanar la información recibida en clase con las implicaciones de la afectividad de la que fuimos testigos.

En junio imparto mis charlas anuales en el colegio sobre sexualidad y afectividad. Cada año encuentro a las familias más motivadas con esta aventura fin de curso en la que me embarco como despedida de la tutoría. Quizás los padres de mi generación recuerdan su adolescencia como una travesía a través del desierto de la desinformación, en la que la mayoría de ellos creció en un ambiente afectivo muy sano, que no se podía complementar en su colegio con una formación sexual adecuada. Eran otros tiempos. Buenos o malos, pero distintos.

Ahora resulta que a sus hijos les ocurre lo contrario. Poseen tanta información que mi pobre diccionario Sopena produciría ataques de risa compulsiva. Sería como comparar un ábaco con una PDA. El problema es que esa inmensa cantidad de conocimientos no forman la urdimbre necesaria con la educación afectiva. Los padres lo saben, y por eso coinciden conmigo en que este cursillo fin de curso se lo imparta el tutor en colaboración con ellos mismos desde casa. Es muy importante que la persona que te explique estos temas tenga un vínculo de cariño y respeto mutuo con los que te escuchan, para que no todo sean cuestiones prácticas, láminas fisiológicas o manuales de instrucciones. La coherencia en tus actos, el cariño que les muestras a diario y la credibilidad con la que afirmas que el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos, son unos buenos cimientos para empezar.

Siempre que recopilo los correos electrónicos de las familias en las que me transmiten los apartados en los que desean que haga hincapié, les suelo avisar de un grave defecto que tengo a la hora de afrontar esta semana, y es que me cuesta separar la sexualidad del amor. Sé que más de un especialista en la materia me diría que este lastre me impide ser un buen orientador para mis alumnos. Lo sé y lo admito. Nadie es perfecto. Pero a pesar de esta tara, soy de los que creen que es preferible escuchar al corazón a leer lo que nos cuentan por Internet.

Así que si me corazón me susurra las palabras ternura, respeto, escucha, unión, identidad, placer, relación, atracción y diversión, entremezcladas con los clásicos términos que mis alumnos conocen desde que se despertó en ellos la curiosidad por el sexo, espero que ninguno me llame anticuado por no seguir los dictados del prime-time televisivo o de los mensajes publicitarios que asocian el consumo de bienes materiales con la sexualidad.

Antonio Javier Roldán

(Publicado en “Corazones de tiza en las paredes del patio”)

Puedes enviar tus reflexiones, poesías o artículos sobre la adolescencia para que se publiquen en “La pavoteca” enviando un correo electrónico.

 

La Pavoteca examina a…

 

Ana Isabel Saz

Programa: S.O.S. Adolescentes

Web: Oficial

1.Pregunta de Matemáticas: ¿A qué edad recuerda que se inició su adolescencia?

Pronto físicamente, demasiado pronto emocionalmente.

2.Pregunta de Ciencias Sociales: ¿Cómo percibía entonces la sociedad que estaba descubriendo?

Estaba deseando poder entender el mundo de los adultos. Había muchas cosas que hacer, que pensar, que sentir…

3.Pregunta de Tecnología: Hoy en día muchos adolescentes se sienten fascinados por las consolas, los ordenadores, los móviles… ¿En qué empleaba usted su tiempo libre?

En mi familia, deseando cada minuto crecer, hacerme médico y curar la enfermedad de mi madre. También amigas y amigos, mucha conversación, escribir, música y lectura.

4.Pregunta de Lengua: ¿Cómo era su comunicación con los adultos?

Abierta, sabiendo los límites, pero con la posibilidad de hablar con libertad y de poder expresar. Por esa época era puro fuego con lo que pensaba y con como lo expresaba.

5.Pregunta de Educación Física: ¿Le importaba mucho su aspecto físico?

Me gustaba sentirme bien conmigo. Eso me hacía mostrarme segura ante los demás.

6.Pregunta de Educación Plástica: En la adolescencia procuramos escoger nuestra ropa según la imagen que queremos transmitir a los demás. ¿Cómo era su imagen entonces?

Me gustaba y me quería, o al menos eso decía…

7.Pregunta de Ciencias Naturales: ¿Recibió alguna información sobre educación sexual o prevención de drogas fuera del entorno familiar?

Muy reducida.

8.Pregunta de Música: ¿Qué tipo de música o artistas escuchaba en su adolescencia? ¿Los sigue escuchando?

Influencias de la música que se escuchaba en casa, de mi hermano y descubrimientos propios. Lo cierto es que escuchaba y sigo escuchando casi de todo. Ráphael, Paloma San Basilio, Mocedades; Whitesnake, Dream Theather, Bon Jovi; El Último de la fila, Mecano, Madonna… Sigo teniendo un oído abierto, aunque hay estilos con los que no logro conectar…

9.Pregunta de Idioma extranjero: ¿Sintió alguna vez que nadie le comprendía?

Sentí en algún momento que la vida era terriblemente cruel…

10.Pregunta de Religión/Ética: Al llegar a esta etapa de la vida, ¿hubo algún cambio en sus valores o principios?

Muchos cambios, muchas preguntas, muchas dudas. Algunas cuestiones las he resuelto, otras no hay manera…

¡Muchas gracias, Ana Isabel!

Materiales recomendados

 

DVD: Cinema Paradiso

Salvatore Di Vita es un director de cine de éxito, a punto de estrenar una película a finales de los años ochenta. Al regresar a casa, tras una dura jornada de trabajo, recibe la noticia de la muerte de Alfredo, un viejo amigo de su pueblo natal en Sicilia. Durante toda la noche recordará la ausencia de su padre -desaparecido en la guerra- y a Alfredo, proyeccionista del cine de su pueblo, que ejerció a la vez de mentor y figura paterna. También Salvatore fue el hijo que Alfredo no pudo tener.

Es una película sobre la vocación por una profesión, de la que ya hablamos en el capítulo 11, pero también sobre el amor, los sentimientos, el tiempo y la añoranza, el tránsito de la niñez a la adolescencia y la memoria que nos acompaña durante toda la vida y que conforma lo que somos.

Existen dos versiones. La llamada “Montaje del director” tiene 43´ extra y aclara algunos interrogantes de la historia, pero no añade belleza a esta película ya de por sí mágica.


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