Blog de Antonio Javier Roldán sobre adolescencia y educación

Capítulo 46


viernes, junio 19th, 2009

 

Si no estás, no eres

 

En el tránsito a la edad adulta la pandilla o grupo social se convierte en un escenario en el que ensayar los papeles y comportamientos que se tendrán en un futuro, como paso previo entre la familia y el mundo que espera fuera del hogar. Como ocurre en la calle, las relaciones interpersonales estarán delimitadas por el rol de cada uno de sus miembros. Probablemente existirá una clase dirigente, unos miembros aceptados de pleno derecho, algunos cuya presencia simplemente es tolerada por alguna característica interesante y, en la base, los excluidos. ¿No se parece sospechosamente a la organización de los adultos? Desgraciadamente a menudo actuamos como malos modelos…

Durante la primera infancia las amistades vienen marcadas por el entorno de los padres y las decisiones que estos toman respecto a las compañías de sus hijos. La elección de un colegio, el parque donde jugar, las familias con las que intensificar lazos o los invitados a un cumpleaños, necesariamente conformarán el primer núcleo en el que se realizará la socialización del niño. Al comienzo de la adolescencia, coincidiendo con el aumento de las responsabilidades, el inicio de la autonomía  y un incremento de las horas de convivencia con las personas de la misma edad e intereses, se fomentará la pertenencia a colectivos deportivos, escolares, asociativos, etc.

Aquellos jóvenes que entran en esta etapa de la mano férrea de sus padres, amarrados al hogar y con poca capacidad de decisión en su propia vida, tendrán bastantes problemas a la hora de emprender su socialización en el grupo de iguales, porque se enfrentarán a la doble tarea de aflojar la cuerda con la que son sujetados por su familia y de manejarse en su nueva realidad, en la que deberán usar toda su experiencia vital para desenvolverse en la generación de nuevas relaciones y en las crisis que surjan. Si estos jóvenes llegan al grupo con poco bagaje de habilidades y personalidad, ocuparán el estrato más bajo en la jerarquía y serán los primeros en someterse a la presión de los demás y cometer imprudencias para ser aceptados e ir escalando posiciones lo más rápidamente posible.

Pisa o te pisan… Apenas se deja un rinconcito para la solidaridad, la tolerancia o la diversidad. La responsabilidad que tenemos los adultos en esta visión del mundo daría para otro capítulo.

O estás o no estás… Pertenecer a un colectivo es importante para el adolescente porque le proporciona la seguridad de estar con la mayoría. Es mucho más fácil formar parte del rebaño que escapar y seguir tu propio camino.  Por otra parte, tampoco es deseable elegir la soledad, porque la socialización es un aspecto de la vida que se necesitará en el futuro. A veces hay que hacer alguna concesión para poder ser uno más en la pandilla, siempre y cuando no pongamos en peligro la integridad física o psicológica. Hace falta mucha personalidad, que no todos los jóvenes tienen, para saber mantener el criterio propio ante una situación de riesgo o no deseada. Dentro del grupo existen comportamientos gregarios de los que hay que saber apartarse, como el botellón, la marginalidad o la falta de respeto a los excluidos del colectivo.

La brújula social que se necesita para guiarse por la selva de las relaciones personales debe empezar a construirse desde la guardería o la educación infantil, para poder calibrarla de modo óptimo en la adolescencia y, posteriormente, en la madurez. Cuando el adolescente se mueve con soltura en su primer entorno social, sabrá aprovechar las ventajas de formar parte de él a la vez que sortea las situaciones no deseadas con asertividad e inteligencia. Es posible ser individuo dentro del rebaño.

Hoy en día las nuevas tecnologías están creando nuevos foros virtuales en los que no estar supone un nuevo rasgo de marginalidad para muchos adolescentes. Hablamos de las redes sociales como Tuenti o Facebook, pero también de los chats como el Messenger. Cuando la tarde va cayendo muchos de nuestros jóvenes se reúnen en esa gran plaza que es Internet en el que la falta de moderadores o guardianes provoca cierta impunidad y libertad muy atrayente para las personas más jóvenes. A mi juicio existen dos grandes inconvenientes en estas reuniones virtuales. El primero es la ausencia de entrenamiento en habilidades sociales reales, cara a cara, interactuando con el cuerpo, los gestos o la entonación de la voz. Se corre el riesgo de dominar el lenguaje SMS o de los emoticonos y luego resultar incapaz de transmitir emociones frente a otra personas. El  problema que veo consiste en el mal uso de estas tecnologías para asumir falsas personalidades, apropiarse de fotografías para fines poco deseables -ver el vídeo al final del texto- o acercarse al territorio del delito por la ausencia de seguridad y vigilancia que sí existen en la sociedad de carne y hueso. Desgraciadamente, muchas familias se encuentran más temerosas a que sus hijos se muevan por discotecas, parques o centros comerciales, a que se queden seguros en casa frente a la pantalla.

Como siempre, en el equilibrio está la respuesta.

 

Antonio Javier Roldán

Colaboraciones

 

A lo largo de estos meses hemos tratado la importancia de los adultos como modelo de comportamiento desde la infancia para aprender a vivir, conocer nuestros límites y explorar el mundo que nos espera tras la adolescencia. En esa labor callada, repleta de coherencia y pequeños detalles, los padres ocupan un papel privilegiado. Tras ellos son muchos los adultos que nos acompañan en ese tránsito hacia la madurez. En los últimos años muchas de aquellas personas que han estado presentes en mi vida, desde que tengo uso de razón, pasando por el segundo día más feliz de mi vida, que fue mi boda (el día más importante fue en el que te conocí, cariño…), hasta hoy, están desapareciendo poco a poco. Ahora, por mi edad y profesión, siento que les debo a todos ellos el saber continuar su vocación por enseñar esa gran lección que es “aprender a vivir”. Os echo de menos a todos, pero quiero que sepáis que conservo todo lo que me regalasteis y que prometo ponerlo a disposición de “mis pavitos” para que sean pequeñas cuerdecitas en la tempestad.

El siguiente texto y la poesía que me ha mandado Leli, están dedicados a vosotros, con todo nuestro cariño y añoranza. 

 

Cuerdecitas en la tempestad

Dice la leyenda que un jardín se asomaba en un valle protegido por dos montañas que regaban la comarca con su agua y la resguardaban de los malos vientos. Tan bonito era, que un jardinero fue llamado para convertirlo en un nuevo paraíso, una oasis sumergido entre campos de labranza y explotaciones ganaderas. Flores, parterres esculpidos, fuentes y estanques con nenúfares eran la admiración de todos los habitantes del valle. El jardinero se esmeraba bajo la atenta mirada de las montañas, que suspiraban de orgullo ante el prodigio obrado por la naturaleza y el hombre. ¿Sería posible encontrar un paraje semejante? Seguro que no, pensaban. Es irrepetible y único.

Cuentan los más ancianos del lugar, los que presenciaron toda la historia desde el comienzo, que una mañana unas nubes llegaron del norte con la panza negra y que descargaron todo su granizo sobre el jardín, aplastando cada uno de los brotes y embarrizando la tierra fértil. Pasadas las nubes, un terremoto surgió de las entrañas del suelo desquebrajando las paredes de las fuentes y estanques, y sepultando algunas de las flores más hermosas. Las montañas, desoladas, contemplaban como todo el amor puesto en el empeño de crear un nuevo Edén en el valle, se tornaba inútil ante la furia de la naturaleza.

El Jardinero se veía incapaz de tapar las vías de agua, replantar las raíces y limpiar la materia muerta que ahogaba la tierra. Afortunadamente, contaba con la entrega incondicional de las montañas para reflotar la belleza perdida. Si permanecían unidos quedaría esperanza. Tras el agua llegó la sequía que agrietó el suelo y atrajo a los insectos necesitados de alimento y savia. Aunque la situación se tornaba desesperada por días, el jardinero no cesaba en su empeño. Sabía de qué estaban hechas aquellas plantas, confiaba en el sol y seguía recibiendo el cobijo de las montañas.

Cuando las fuerzas se iban agotando y el viento aullaba entre las hojas, el jardinero cayó agotado y se quedó inmerso en un largo sueño. Mientras descansaba, los injertos que había colocado en los tallos rotos y los esquejes replantados en suelo sano, comenzaron a brotar tímidamente. El agua que hasta entonces había discurrido sin cauce, encontró los nuevos diques del jardinero. Las flores que sobrevivieron, agitadas por el aliento de las cumbres, esparcían su polen en terreno esponjoso. Suavemente, como una nana, un murmullo surgió del jardín, el cual se desperezaba de su letargo. Los aires del sur mecieron sus árboles, el agua que recogía ladera abajo regó los arroyos y bandadas de pájaros bajaron a despertar al jardinero. Este, envuelto en sus nuevos sueños, apenas recordaba su jardín maravilloso que el canto de aquellas aves le evocaban.

Se levantó despacio, se asomó a contemplar lo que quedaba de su trabajo y comprobó sorprendido a la primavera en plenitud. Respiró profundamente para empaparse del aroma de aquellas flores y bebió del manantial que tiempo atrás había reconducido. Recorrió los caminos acariciando las hojas fuertes y verdes, gozando del aleteo de las mariposas que se cruzaban ante sus ojos, como si la magia se hubiera detenido definitivamente para encontrar su hogar en aquel valle. Entonces, vio una pequeña cuerda atada a un injerto de rosa enorme, bañada por el rocío de la mañana cuyas lágrimas brillaban como estrellas. Aquel tosco nudo le resultaba muy familiar. Imposible imaginar que aquel frágil cordel que ató en mitad de la tempestad, hubiera sobrevivido a las inclemencias del tiempo mejor que los diques de cemento o los tutores de madera.

El jardinero se despidió del jardín y de las montañas lleno de felicidad, dejando tras de sí las pesadas herramientas y los planos del paraíso, llevando por equipaje solamente una pequeña bolsa repleta de cuerdecitas con las que plantar más injertos de rosa por el mundo.

Antonio Javier Roldán

(Publicado en “Corazones de tiza en las paredes del patio”)

 

 

 

Soy…

 (A tantos compañeros de viaje que me han precedido,

dejando sus huellas intactas,

y a los que aún me dan fuerza en el camino.)

 

Hoy,
mirándome en el espejo,
de mi realidad,
he abierto las vidrieras
que me forjan,
y me he reconocido en
el alma
de tantas coexistencias habitadas.
Soy barro
modelado por afectividades
vividas, escritas en el aire:
pulsos, esfuerzos,
convivencias superadas
labradas en la sorpresa,
el descubrimiento conmovido
del otro.
Soy carácter
limado por grandezas
y miserias compartidas;
certezas en equilibrio,
caminos andados
y desandados en compañía.
Pisadas,
huellas inseguras
buscando una meta
que no existe;
descubriendo
que la vida es un andar.
.

Soy calidoscopio
fraguado
en hombros amigos;
vidrio fundido en crisol de
acogida
alumbrando mis sombras.
Por eso,
cuando traspaso ausencias
intactas
me hieren sus cristales.
Soy un poco
de todos cuantos amo y amé.
Soy todos, soy una:
Soy gente.


 Leli (Junio 2009)

Puedes enviar tus reflexiones, poesías o artículos sobre la adolescencia para que se publiquen en “La pavoteca” enviando un correo electrónico.

Materiales recomendados

 

Libro: Los padres no se divorcian de sus hijos

El autor, Paulino Castells, nos explica en este libro que una separación de pareja no supone un alejamiento de la paternidad responsable. Como expone al comienzo del libro, una pareja con hijos está conectada por dos cables, el del amor y el de la paternidad. Cuando se rompe el primero hay que evitar que cortocircuite al segundo.

A lo largo del libro se habla de los cambios que sufren todos los protagonistas, los problemas de custodia, las nuevas parejas, los errores más frecuentes e incluso estrategias para comunicarles las noticias a los hijos. Todo está encaminado en conservar intacto ese cable de la paternidad.

Es muy interesante poder ponerse en el lugar de los hijos conociendo sus sentimientos de abandono, tristeza o soledad, así como las consecuencias que traen consigo.

Al final del libro se nos explican algunos de los trastornos o síndromes que pueden derivarse de una separación. En el mismo capítulo Paulino Castells nos habla de la función liberadora del perdón en cualquier ámbito de la vida, como elemento liberador y constructivo.

Índice

  1. La decisión de separarnos está tomada.
  2. Hay que decírselo a los hijos.
  3. Conozcamos sus reacciones.
  4. Sus respuestas según edad y sexo.
  5. Cambios en los padres por la separación.
  6. También cambian los hijos.
  7. Juicios, custodias y visitas.
  8. Conclusiones terapéuticas.


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