Blog de Antonio Javier Roldán sobre adolescencia y educación

Toca nuestra canción


domingo, enero 13th, 2013

 

Toca nuestra canción

 

En mi colegio existe la costumbre de realizar reflexiones acompañadas por música para comenzar la jornada. A menudo la canción que suena, como preludio de las palabras, provoca miradas cómplices entre los adolescentes que permanecían sumidos en los largos bostezos del inicio de las seis horas de clase. Reconozco que muchas veces el entusiasmo que algunas melodías provoca en ellos es inversamente proporcional al mío, pero procuro escucharlas con respeto y atención, porque es “su música” y forma parte de su mundo.

El viernes pasado era yo el que andaba clamando por los brazos cálidos de Morfeo, lo cual forma parte del clásico regreso de las vacaciones, más si es en invierno. Pues en esas estábamos, alumnos y profe, reconciliándonos con el amanecer cuando escucho por el altavoz el “Still loving you” del grupo Scorpions, una balada heavy de 1984. Casi, nada. Aunque la canción parecía toda una declaración de amor, cuando analizabas la letras intuías que estaba relacionada con el tristemente célebre muro de Berlín, pero, claro, un adolescente de los ochenta soñaba con lo que soñaba, no con un bloque de hormigón de casi 200km de longitud que asociabas con las clases de historia.

A lo que iba. Conectan la megafonía y suena la canción. Mis alumnos de 2º de ESO no se miran ni reaccionan. No la conocen, como era de esperar. Yo sí, y mis dedos comienzan a rasgar las cuerdas invisibles de la mesa del profesor. Mientras ellos aguardan la reflexión, mi mente viaja casi treinta años atrás y recuerdo…

…Era un disco pub de pueblo,  a casi seis horas de mi hogar. Recuerdo el humo, aquella capa densa como la niebla que se te pegaba a la ropa y al pelo, los vasos baratos con el cubata que sabía a caramelo y la sensación de estar dentro de una parodia del Rick´s Café, lo cual no sería problema si Ingrid Bergman hubiera suspirado por mis huesos o mis salvoconductos. Para colmo el camarero me estaba torturando con los Hombres G (hoy, debilidades de la edad, los escucho con cariño) mientras lavaba el embudo del garrafón. Genial. La adolescencia tiene eso, que el pulpo o acaba en un garaje o a la feira, pero pocas veces se anuda con la pulpa, y esta vez me había tocado el garaje y con el tubo de escape a todo trapo. Total, que en uno de mis caballerosos viajes a la barra a por las aceitunas vislumbro junto a la cadena de música el último disco calentito de los Scorpions, el cual llevaba unas semanas llorándome desde el escaparate con sus 1200 calas de precio de lanzamiento tatuado sobre el cartón. ¡Ah, no! Esto ya es recochineo… Nunca había hecho nada parecido, pero le eché cara al asunto y le dije al maromo que si me ponía el “Still loving you” me iba a arreglar la tarde. Me miró calibrando mi monedero y su consecuente propina posterior, y finalmente accedió. Regresé a la mesa, pensando aquello de “os vais a enterar todos de lo que es música”, con una sonrisa de oreja a oreja.

Unos minutos después, sonó la canción. Fue como si Bogart le hubiera dicho a Sam que tocara el piano, pero con la pulpa de Ingrid sin dar señales de vida. De repente aquel antro me pareció más cercano y mis recuerdos me llevaron de nuevo a Madrid. De todos los garajes, de todas las ciudades del mundo, el pulpo tuvo que entrar en este. Así es la vida. Quizás en aquellos minutos, viendo las caras de desprecio de algunos clientes a aquella música, fue cuando descubrí dos cosas. Una, que la música puede ser un buen atajo para reconocer tus emociones, en esa edad en la que ni siquiera sabes ponerles nombre, y que a veces una simple melodía puede hablarte y decirte cosas como “nunca aceptes pulpa como animal de compañía” para que sigas esperando a Ingrid. Un secreto: la encontré, pero más guapa que la de la pantalla. La otra cosa que aprendí es que, por muy mal que te encuentres, la música tiene la virtud de llevarte de vuelta a casa. Dicen que la patria de un hombre son los recuerdos de su infancia. Quizás… Pero en el baúl de nuestra memoria existen emociones de toda una vida, algunas muy recientes, y todas ellas merecen estar en nuestra bandera.

Mientras escribo estas líneas he puesto el disco de Scorpions. No me ha costado 1200 pesetas, me lo he descargado por la patilla. Me pregunto si para mis alumnos la música seguirá siendo ese sueño inalcanzable tras la luna de una tienda de discos o si será un mero artículo gratuito. Intuyo que no, que también para ellos será una puerta al cofre de las emociones. Por eso, cuando por la mañana la canción que suena por megafonía les despierta del sopor y sonríen felices, evoco todos los buenos y malos momentos de mi juventud mostrándome comprensivo y cercano hacia los nuevos estilos, aunque nunca me motiven tanto. Siempre ha sido así, de generación en generación.

Así que nunca olvidaré aquella noche en que Klau, Rudolph y los demás me rescataron en un bar, ni a Dire Straits cuando me animaron a estudiar aquel verano las naturales de bachillerato, o aquella tarde en Berlín, sentado frente al Reichstag evocando el concierto de Barclay James Harvest de 1980 o la guitarra de Gary Moore surgiendo por una ventana durante el recogimiento de una procesión en Andalucía. Tampoco dejaré de estremecerme cuando el Careless Whisper de Wham me lleve de vuelta a la discoteca donde por primera vez bailé con mi Ingrid Bergman. Y hoy en día, es casi una tradición que haga el salvaje con mis alumnos durante las fiestas del colegio al ritmo de Mago de Oz.

Sé que mis alumnos regresarán a su adolescencia dentro de muchos años, cerrando los ojos y pidiéndole a su almohada que toque su canción, y que Humphrey o Ingrid les abrazarán y velaran sus sueños, acunando unas emociones a las que, ahora sí, por fin, sabrán poner nombre.


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One Response to “Toca nuestra canción”

  1. Araceli Says:

    Muy bonitos el recuerdo y la reflexión. Es una gran verdad lo que expones. Demuestras gran sensibilidad y comprensión con situaciones distintas a la tuya. Me ha gustado mucho.