Blog de Antonio Javier Roldán sobre adolescencia y educación

Queda la música


viernes, enero 25th, 2013

 

Queda la música

 

De la película “La misión” (Roland Joffé-1986) lo que más me impactó, dejando a un lado la maravillosa banda sonora y su utilidad como herramienta de vídeo-fórum catecumenal, fue su epílogo. Un pequeño grupo de niños indígenas se suben a sus barquitas tras sobrevivir a las consecuencias de la avaricia, la política y la decadencia del mundo occidental que les había invadido. La vida que conocían en su pequeño paraíso natural y familiar ha sido reducida a cenizas por aquellos que les prometieron un sociedad mejor. Tienen motivos más que suficientes para tatuarse el odio a los españoles, a los portugueses y a la iglesia en la piel de varias generaciones. Sin embargo, no dudan en recoger un violín que flota en el agua, como eslabón que les une con una de las pocas lecciones válidas que han aprendido durante su convivencia con los jesuitas. Los niños supervivientes serán padres algún día y les contarán a sus hijos que, entre aquellos conquistadores, corruptos, mentirosos e irresponsables, había también hombres buenos, capaces de dejarse la piel, o el alma, por ellos y que, además, les trajeron la música.

Actualmente nuestros jóvenes crecen confiando en nuestras palabras. “Estudia, que algún día serás libre“. “Ahorra, para la entrada de un piso“. “Vótame, soy la solución a tus problemas, mindungui“. “Déjame tu dinero, que yo lo cuidaré como si fueras tú mismo“. “Confía en la justicia, que es igual para todos, ay que me parto, ¿se me ha oído?… Así, cuando llega el momento de la verdad, terminan su adolescencia y llegan a la universidad, se encuentran con un país arrasado por la corrupción de sus dirigentes, arrodillado ante el liberalismo económico, con el dinero escamoteado al estado oculto en paraísos fiscales, con la educación politizada y la familia real escenificando una parodia de la serie “Dallas” con el ducado de Empalmado (sic) de fondo. Así que muchos de ellos toma el violín y se las piran a Alemania para reconstruir los sueños que les prometieron. Mierda de España, pensarán, que prescinde de la generación más preparada de la historia.

Y  yo, como profesor, ¿qué voy a decir? Pues que me enorgullece ver como los que fueron mis alumnos todavía no han rescatado del desván el trabuco del abuelo y el Manual del Perfecto Cocktail Molotov de sus padres y no organizan unas fallas con ninots de carne y hueso con toda esa gentuza que ha secado sus ilusiones. Y así te llevas sorpresas agradables cuando ves ayer en la televisión a un preadolescente que vive en una chabola a las afueras de Madrid y que su consejería de educación les ha recortado el bus escolar para que sólo funcione a la ida y no a la vuelta, solución propia del marxismo cinematográfico. Así que nuestro héroe regresa por la noche a casa por el método de San Fernando, pisando barro por una cuneta, y cuando le entrevista la periodista el intrépido peregrino escolar afirma que quiere estudiar medicina. Sí señor, con un par. ¡Bravo chaval! Ojalá lo logres y, cuando me falle la junta de la culata de los propergoles, me tope contigo en tu hospital público de adobe y porexpan, porque al menos tendré un médico vocacional que no se rendirá ante mis goteras. Espero que dentro de diez años te encuentres con el ministro o la consejera de educación de turno y os echéis juntos unas risas recordando la bucólica entrevista de ayer. Lo que daría por estar allí, campeón.

Así que cuando alguien me dice aquello de que la juventud es como la que sale en Gandía Shore y que no tienen valores ni capacidad, yo le respondo que menos mal que los tienen, porque otra generación en su lugar nos habrían puesto en su sitio al sobrepasar los cuatro millones de parados porque, otra cosa no sé, pero en capacidad de organizarse y trabajar en equipo se las pintan solos

¿Qué les puedo decir entonces a mis alumnos? Pues que hay que seguir estudiando, y aunque vuestro primer empleo sea sirviendo jarrones de cerveza en el Volksfest de Múnich, sacadle unos cuartos a la Merkel y regresad algún día para recuperar España. Cuando llegue ese momento, os recomiendo usar el método de proyectos, preparar alternativas, promover el voluntariado y  los bancos de tiempo, poner patas arriba la sociedad, salir a la calle para forzar las reformas hasta que no quede ni un solo chupóptero, porque al final sí había chorizo para tan poco pan.

Sólo me queda una duda… ¿Cuál será el violín que les dejaremos a la siguiente generación? Me cuesta encontrarlo, sinceramente. Sé que es muy fácil arrimar el ascua a mi sardina, pero es inevitable: la educación. Los profesores y las familias hemos remado contra las sucesivas reformas educativas, la televisión niñera, la purpurina tecnológica, la abundancia y la manipulación curricular, y a pesar de eso nos hemos empeñado en educar en valores y formar ciudadanos tan integrados que ni siquiera se nos rebelan (los pobrecitos).

Por eso sigo poniéndome todos los días mi guardapolvo de carpintero y, aunque como luthier lustroso no soy gran cosa, sí al menos procuro que el violín suene todos los días. Así, cuando uno de mis alumnos se sienta explotado en algún rincón de Europa, siempre tendrá la esperanza en ese violín que descansa sobre su maleta. “No podrán conmigo ni los de aquí ni los de allí“. Y por las noches, soñará con un ejercito de violines entrando por los Pirineos sin elefantes, pero más motivados que esos paquidermos bailando el Twist sobre la porcelana de su graciosa majestad. ¡Venganza! Proclamarán con las trompas levantadas…

Ante tal invasión melódica, el gobierno mandará una orden al jefe de programación de la televisión de todos y les dirá que hay que aprovechar esa energía desperdiciada de la juventud y que alguien contrate a una productora externa para rodar “Violines por el mundo” y así reciclar ese música en algo útil. En España no se tira nada, dirá algún ministro con cuarenta cargos de confianza. Si eso ocurre, querido alumno, no te preocuoes, que entonces el que sacaría el trabuco del abuelo sería yo. A mis años…


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