Blog de Antonio Javier Roldán sobre adolescencia y educación

Un trocito de tu alma


martes, octubre 22nd, 2013

Un trocito de tu alma

Mi primera cámara de fotos llegó con mi primera comunión. Para un niño de los setenta aquello equivaldría hoy a una tablet en la escala de regalazos, al igual que el Parque de Atracciones de la Casa de Campo se compararía ahora con EuroDisney (si eres uno de mis alumnos te ruego que aguantes la risa por respeto… Gracias). Pues a lo que iba… Cogí mi Werlisa club, con un carrete en blanco y negro gigante de 36 fotos y uno de refuerzo de 24 (insisto en lo de la risa, por favor) y me lancé a la caza. Para los neófitos en fotografía clásica, decir que los carretes se gastaban y que el revelado posterior era una pasta gansa para un niño de mi edad. Lo del cable USB y las tarjetitas vino después. Así pues, cada foto que hacías requería una buena puesta en escena, contener la respiración y observar cuidadosamente por donde se las gastaba el sol, ya que, según tus mayores, era lo que marcaba la frontera entre obra de arte y el futuro material para Iker Jiménez.

Como todo lo que nace de la paciencia y el esfuerzo sabe mejor, cada foto se convertía desde ese momento en un instante mágico, un recuerdo único que ibas almacenando en tu álbum. Así me pasa ahora, que algunas de mis fotos de sopotocientos megapíxeles ya ni recuerdo dónde las hice, pero las más antiguas sí.

¿Y qué decir de la época de mis abuelos? Fotos de estudio, elegantes, ellos de pie y ellas sentadas, trajes de domingo, decorados teatrales, miradas perdidas, radiografías de familia…

Desde que inicié mis andanzas como profesor siempre he procurado llevar una cámara a las excursiones, por aquello de regalarles a mis alumnos un trocito de sus almas atrapado en el papel fotográfico, para que con el paso de los años puedan reencontrarse con los rostros y escenarios de su adolescencia, pero ahora la presencia de los teléfonos móviles ha hecho innecesaria esa labor.

Hoy nos tocaba convivencia en la ciudad serrana de Guadarrama, en un paraje ideal para disfrutar de la naturaleza. Sin embargo la lluvia ha optado por echarle un cable a los aficionados a las setas, obligándonos a pasar cinco horas bajo techo en un comedor. Los profesores hemos decidido sacar los juegos de mesa y permitir que esos móviles, agazapados entre las mochilas y emboscados en los bolsillos, pudieran salir de su clandestinidad para hacer algunas fotos y así, al menos, evocar en el futuro que ese días nos mojamos y lo pasamos bien todos juntos en la sierra de Madrid. Y entonces te das cuenta…

Aquellos instantes mágicos, casi eternos, son ahora destellos fugaces, imágenes acumuladas por centenares, archivos que vuelan de un aparato a otro… Algunos rostros robados son retocados, con mejor o peor intención, mediante una aplicación que pinta bigotes o deforma la cara. Amigos que se hablan mirando la propia pantalla, sin prestar atención a los ojos que te abren el alma del otro. Te mando un whataspp y estás junto  a mí… Te etiqueto la esencia, pero no la acaricio con mi presencia.

Pues parecen felices, piensas algo extrañado… ¿Me estaré perdiendo algo? Pero en ese momento lo descubres: en el último banco está ese alumno calladito, el que mira de soslayo a Pascualita, la niña de 2ºE de la melena rubia interminable. ¡Clic! La ha cazado… Le ha robado con su móvil un retazo de su alma, explicándole a su corazón que sí, que la próxima vez será un beso, pero que por ahora le basta con llevarla en el móvil y poder contemplarla esos días en los que todo le sale mal y comienza a intuir que en la infancia era todo más fácil. Como profesor acostumbrado a lidiar con las múltiples leyes que protegen a los niños lo primero que piensas es decirle al pirata que borre esa foto tomada sin consentimiento, porque hay una ley que dice que si patatín y que si patatán… Pero luego calculas lo que hubieras dado tú por poder haber hecho lo mismo a su edad con la Werlisa sin llevarte una bofetada, llevando en tu cartera ese amor de contrabando. Y, claro, el corazón se te ablanda a pesar de tus temores sobre cómo afectarán las redes sociales y los móviles a la educación afectiva y emocional de los adolescentes. Así que miras para otro lado y cruzas los dedos deseando ver al ladrón de almas en un futuro bailando con su princesa rubia en las fiestas del colegio. Y mientras tanto, haces una foto de tus alumnos jugando a las cartas, la mandas al twitter del colegio y permaneces unos instantes mirando tu recién estrenado móvil con perplejidad.

Ahora, mientras escribo estas líneas, tengo a mi derecha en una vitrina la antiquísima cámara de mis abuelos.  Iba a hacerle una foto con el móvil, para ilustrar este artículo, pero me ha parecido poco adecuado.

 



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