Blog de Antonio Javier Roldán sobre adolescencia y educación

La fiesta del semáforo (1ª parte)


jueves, octubre 20th, 2011

 

La fiesta del semáforo (1ª parte)

 

Si es que tenía que pasar… Tanto usar los emoticonos en internet que había que exportar la idea a la vida real. Que si “toy triste”, que si “toy felí”, que si “toy alucinao”, “que si no toy”, etc. Francamente me esperaba otra cosa, algo más fashion como llevar un móvil colgado del cuello mostrando en la pantalla una carita amarilla, que gesticulara según los parámetros enviados por el cuerpo. Pues no, ¡vaya decepción! Cuales visionarios del futuro, los empresarios de las discotecas light han logrado algo muy simple, barato y sin recurrir a su departamento I+D situado tras la barra del bar.

Pero antes, por si acaso alguien anda despistado, debo aclarar que una discoteca light es una “sesión infantil” para adolescentes entre los 14 y los 17 años, en la que la única diferencia con la hora de los mayores es que no hay alcohol. ¿Sólo eso?, pensará algún incauto. Pues sí, sólo eso, porque las niñas van vestidas como mujeres -fatales-; existen gogos menores de edad que bailan por 100 euros; algunos niños reparten flyers -propaganda- por los colegios a cambio de una gratificación o privilegios; se puede gozar con fiestas tan sugerentes como la de la espuma; disponen de asientos vips e incluso palcos para poner a fulanita a caer de un burro, eso sí, suave y peludo como si fuera de algodón. Al menos son buenas para la crisis, porque no hay que menospreciar la caja que hacen las tiendas y supermercados cercanos cuando entra el amigo mayor, asume su papel de barman, y reparte las botellitas a la salida a sus “niños”. Claro, es que con el tumulto de la entrada los pobres gorilas no van a empezar a manosear menores para buscar alcohol, no vaya  a ser que los denuncien por tocamientos simiescos, que todo tiene un límite.

 

Una vez situados en el contexto de la historia, voy a explicar cuál ha sido el nuevo invento. Se llama la fiesta del semáforo. La dinámica es muy sencilla. Compras la entrada, con tu DNI auténtico o el de tu hermana -todo queda en familia, nena-, y con ella te dan derecho a un par de consumiciones -ojo a los suplementos- y a una pegatina, que puede ser de tres colores: rojo, amarillo o verde. Si entras con el rojo, mal rollito, indica que tienes novio/a, así que si quieres darte un muerdo con tu cariñito/a, genial; pero si no está en la fiesta ya puedes prepararte para sujetar velas o dedicarte a cantar eso de “Amo a Laura, pero esperaré hasta el matrimonio…”. Si vas de amarillo, reparte números para aguantar a todos los/as plastas de la sala, porque eso indica que estás indeciso/a y que con un poco de labia seguro que te convencen para tener algún encuentro en la primera fase. Luego se pide la dirección del Tuenti y se sigue jugando a los semaforitos hasta que te pille la Guardia Civil por saltarte un rojo y te quedes un mes sin disfrazarte de hombre/mujer.

Ahora vamos a por el verde… Un momento, que me ponga cómodo… Ya.

Pegatina verde. Esto indica que no le haces asco a nada, así que esto parece la salida del Gran Premio de Montecarlo. Calles estrechas, mucha competencia y el que se ponga el primero sube al pódium. La tarde es larga, y siempre hay alguna descalificación, por lo que otros coches van subiendo posiciones. De vez en cuando surge el hastío pero, tranqui tronco/a, que el director de la carrera manda al coche escoba y le dice al DJ que recuerde a los participantes lo de las pegatinas. Termina la carrera… ¡Reparto de premios! De camino a casa unos miran el reloj inquietos y otros el chupetón ámbar o verde(s). Mientras los aburridos rojos chatean, vía Blackberry, con la pareja que está castigada en casa: ¡oye! Que me he puesto la pegatina roja por ti, para que veas que no te olvido, ¿vale?. ¿De verdad? ¡Qué romántico! Eso es que me quieres. ¿Perdona? No te rayes, que sólo somos “follamigos”. ¡Ah! Perdón.

 

Y en esa estamos. La sexualidad y la afectividad usadas como un artículo de consumo más, y con el aliciente del 3D, no como esas web de internet que se visitan cuando tus padres te dejan sólo ante el peligro, donde tienes una carta de platos de lo más apetitosa y en autoservicio, para que te pongas lo que quieras hasta saciarte. 

 

 

Intento recordar la primera vez que fui a una discoteca y puedo prometer, y prometo, que fue con al menos 17 años, y mi ilusión era bailar o, al menos, moverme de forma sincopada sin pisar a nadie. Así que ahora miro a mis alumnos y siento tristeza, porque están corriendo demasiado a su edad y no parece que quieran dejar nada para más adelante.

 

Nuestros adolescentes han nacido en la época de la burbuja económica y desde pequeños han sido tan consumidores como nosotros. Decenas de juguetes, ordenador, buena ropa, viajes… ¿Para qué estudiar, si ya lo tengo todo? ¿Por qué esperar a ser mayor de edad, si puedo disfrutar de mi cuerpo ahora?

 

Mucho me temo que la culpa es nuestra. En algo hemos fallado. Quizás hemos tenido miedo de poner límites a una generación nacida en plena madurez de nuestra democracia. No queríamos ser tiranos ni parecer carcas, así que ¿por qué no permitir que nuestros adolescentes quemen etapas antes de tiempo? Hemos dejado en sus manos un coche de gama alta y ahora pretendemos que a su edad no tengan accidentes. Así que ahora toca curar las heridas, explicarles lo de la abejita y la flor y, por supuesto, quitarles las llaves del bólido. Pero eso lo dejo para el próximo episodio, ya que, como hay que decirle a nuestros “pavitos”, hay que aprender a esperar.


 

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One Response to “La fiesta del semáforo (1ª parte)”

  1. Jon Sanchez Avendano Says:

    Creo que los padres no les ponen horarios ni les dicen cuando tengas mas de 18 esque deberia ser asi, si s si !!!!!!!!!