Blog de Antonio Javier Roldán sobre adolescencia y educación

Adiós, Woolly


sábado, diciembre 18th, 2010

 

Adiós, Woolly

Tengo que remontarme al año 82 para recordar las únicas clases de música que he recibido en mi vida. Me encontraba cursando primero de bachillerato, el equivalente actual a 3º de secundaria. En mi colegio le otorgaron a una profesora, especialista en ciencias, unas horas de música con treinta y tantos adolescentes furibundos, por aquello de completar jornada, supongo.  Yo en su lugar hubiera cogido mis bártulos y le habría dicho a la jefa de estudios aquello de “son todos tuyos, reina”. Pues no. Julia, aquella intrépida docente, tuvo una idea genial que siempre le agradeceré. Nos encargo a sus “pavitos” que trajéramos discos de música moderna para ser escuchados en clase, analizando el estilo al que pertenecían así como la biografía de sus intérpretes. Serrat, Aute, Asia, ACDC, Barón Rojo, Jethro Tull, Spandau Ballet, Led Zeppelin, entre otros, conformaron un mosaico sobre el que construir mi ecléctica discografía actual.

En aquellas gozosas jornadas musicales, descubrí la corriente del rock sinfónico, como resumen de los múltiples sonidos que pinchamos en el equipo de sonido compacto, que los habituales portadores bajaban de la sala de profesores con ilusionada pericia. Por eso, en aquel comienzo de bachillerato, perseguía obsesivamente grupos como Yes, Marillion, Génesis o Pink Floyd. Por aquel entonces anunciaron en televisión la emisión de un concierto de rock sinfónico en la segunda cadena a cargo de Barclay James Harvest. ¿Eran tres grupos o uno solo de nombre extraño? Ni flowers. No me sonaban conocidos, pero me daba igual, yo era un auténtico depredador. Así que me monté un estudio de grabación de la leche…  Me sitúo. Dormitorio de mis padres. La tele pequeña en blanco y negro, que usábamos como monitor de nuestro heroico ordenador “Spectrum”, fue sintonizada en el UHF correspondiente. Mi radiocasete marca MBO se colocó frente a la pantalla, con su micrófono monocanal y armado de una cinta de gama baja, regrabada hasta la saciedad. Comienza el programa.

Berlin. A concert for the people”. REC. Adelante…A través de la pantalla, los músicos se movían en un mar de interferencias, como espectros rockeros  encerrados en una jaula de Faraday. Y si de fantasmas iba la cosa, la grabación supuso la primera psicofonía sinfónica de la historia, tan tenebrosa que el mismo Iker Jiménez hubiera dado una pasta gansa por ella si la hubiera perpetrado en una casa encantada. Decepción… 

Meses más tarde, en la mítica tienda madrileña de Discoplay, rebuscando en el habitual cajón de las ofertas –para las nuevas generaciones aclaro que por aquel entonces la música se prestaba, pero no entre desconocidos-, encontré una casete con el concierto de Barclay James Harvest que un día quise grabar. Calma, Antonio, calma. Debe ser un error del menda que etiqueta. Atrapé la cinta con destreza felina y me acerqué a la caja sudando, envuelto en una capa de terror, porque temía que me dijeran que estaba intentando robar por adquirir un producto mal etiquetado. Son 199 pesetas. Como estas. ¡Adiós! Pies en polvorosa.

Nunca había escuchado una música como aquella. Me atraparon desde la primera canción. No eran el mejor grupo sinfónico, tampoco el más progresivo, ni el más melódico o rockero, pero aglomeraba todas las influencias que estaba recibiendo en aquellos años en una urdimbre de temas muy cercanos a las inquietudes con las que me levantaba cada mañana en mi exploración del mundo adulto.

John Lees hacía llorar a su guitarra por los amores perdidos, el hambre en el mundo o la religión. Les Holroyd abría las puertas al amor correspondido, al intenso final de siglo o a los sueños que a veces se convierten en realidad. Woolly Wolstenholme acariciaba su melotrón dejando que las notas se alejaran de la Tierra y se mecieran por los planetas hasta depositarse delicadamente sobre un libro abierto. Mel Pritchard, desde su batería, atrapaba las tres cometas y sujetaba los hilos para que estas surcaran los cielos, azotadas por el viento o en permanente caída hacia el mar revuelto del corazón de un adolescente que deseaba conocer el mundo sin todavía conocerse a sí mismo. Inicié una frenética búsqueda de sus discos, y pronto asumí que aquel grupo era muy minoritario en España, por lo que cada uno de sus LP´s me costaría varias semanas de ahorro para adquirir en tiendas de coleccionistas.

Pasó mucho tiempo, incluso me casé, y todavía no había logrado reunir toda su música. Veinticinco años más tarde, me enteré de la muerte de Mel, así que me decidí a completar mi querida discografía, encargando por correo el disco que me faltaba. Al mismo tiempo, la revista Rolling Stone publicó una carta que escribí como homenaje al músico desparecido y al grupo que marcó mi juventud. 

Aunque Barclay James Harvest se dividió en dos grupos –John&Wooly, Les&Mel-, seguí comprando sus discos en mis viajes al extranjero o por Internet.  Hace unos días recibí un correo de Keith y Mónica Domone, que durante años han mantenido unidos e informados a todos los fans del grupo repartidos por el mundo. En él me informaban de que Woolly dejaba temporalmente el grupo por problemas de salud y estrés. Me sonó muy raro. Finalmente el pasado día 13 de diciembre nos dejó. 

Hay personas, lugares, melodías o libros, que marcan tu adolescencia ayudando a conformar tu personalidad. Muchas veces he soñado con poder hablar con mis cuatro músicos favoritos y contarles que tenían un seguidor incondicional perdido en un país en el que apenas eran conocidos. En septiembre de 2009 casi lo logro, porque John y Woolly se iban a acercar a España. El primer boleto para el concierto en Denia (Alicante) que los promotores vendieron para ver a la Barclay, fue el mío. Lo prometo, está numerado con el 001. Desafortunadamente la crisis económica hizo que el festival de Denia se suspendiera. 

Ya sólo podré asistir a algún evento de John y o Les. Cada uno seguirá con su proyecto recordando aquellas viejas melodías de mi adolescencia y presentando otras nuevas compuestas desde la experiencia de sus sesenta y tantos años. Prometo no rendirme, y buscar algún lugar en Europa en el que toquen, para poder darles las gracias por tantos años de compañía. Así que este post va por vosotros, pero especialmente por Woolly, para que sepas que cuarenta de tus canciones llevan sonando en mi mp3 desde el lunes y que seguirán presentes en mi vida para siempre.


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2 Responses to “Adiós, Woolly”

  1. Antonio Says:

    Un recuerdo maravillosamente contado. Me ha emocionado.

  2. Leli Says:

    Preciosa reflexión,llena de sentimiento y sinceridad.En la vida siempre es una sorpresa, un misterio qué o quienes pueden dejar en nosotros huellas tan profundas. Lo bonito es expresarlo y compartirlo y -cuando se puede- hacérselo llegar a las personas protagonistas de esas vivencias. Me ha gustado mucho.

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