lunes, agosto 31st, 2015
La vuelta al cole
Hay dos síntomas muy claros para descubrir que han terminado las vacaciones escolares. Uno es el inicio de la campaña comercial de “La vuelta al cole”, en la que grupos de niños, con indumentaria de serie americana, desfilan felices por la televisión y los catálogos de los hipermercados con ansias de sabiduría. Estrenan ropa, libros de texto, mochilas, prendas invernales (ayer vi un plumas infantil junto al material escolar en un hipermercado, lo juro por Wert). ¿Cómo no van a estar motivados si les esperan exámenes, pizarras llenas de números, metodologías del siglo XIX y tardes repletas de extraescolares que les impiden jugar? Hay que ser un cenutrio para no apreciar todo esto… (Algún día hablaré de la necesidad de renovar nuestras metodologías).
El otro síntoma es la recurrente noticia en los informativos del llamado “Síndrome postvacacional”, un trastorno que no está reconocido por la Organización Mundial de la Salud, pero que te puede hacer enfermar dos o tres días (si dura más recomiendan acudir al especialista, no es broma). A finales de agosto nos machacarán a los adultos con consejos para no deprimirnos por tener trabajo, pero la semana que viene les tocará a mis alumnos. Me pregunto qué síntoma tendrá la persona que lleva cinco años buscando trabajo sin conseguir nada más que un contrato temporal en la hostelería para atender las vacaciones de la clase media alta que ha salido vencedora de la crisis.
Pues yo me opongo a que me incluyan en el grupo de afectados. El único síndrome que me afecta debe ser el de Estocolmo, porque yo tengo ganas de ir al cole. ¡Sí! Lo reconozco… Y pido perdón por ello. Soy uno de esos privilegiados que se dedican a la enseñanza y que conviven cada día con personas repletas de vida, ilusiones, energía, emociones… Acudo cada mañana al cole a disfrutar con mis “pavitos” y además me pagan por ello.
Sí, es verdad que habrá malos momentos, suspensos, incomprensión de alguna familia, políticos gestionando la educación y muchas horas de trabajo en casa, pero no cambiaría mi profesión por nada en el mundo. Confío en mis alumnos para que dentro de unos años le den la vuelta a este mundo injusto que les estamos dejando, así que procuraré sortear los obstáculos que me pongan para colaborar en la formación de personas libres, responsables y autónomas. Me lo van a poner difícil, porque esta sociedad sólo quiere borregos que consuman, tanto gastas más nos importas, pero ¿quién dijo que la victoria no requiere esfuerzo y pequeñas derrotas?
Un docente nunca se rinde.
Así que hoy, aunque alguien pida mi ingreso en una institución mental, afirmo a los cuatro vientos que: ¡Yo mañana sí quiero ir al cole!