Blog de Antonio Javier Roldán sobre adolescencia y educación

Capítulo 48


viernes, junio 26th, 2009

 

El pavito feo

 

Nota del autor: Este texto es una adaptación actualizada del cuento de Hans Christian Andersen “El patito feo”.

Cubierto por el sol tibio de septiembre, el patio del colegio se iba llenando de adolescentes nerviosos dispuestos a  iniciar sus estudios de secundaria. Frente a ellos se levantaban majestuosas las paredes del mítico edificio de los mayores, un lugar extraño, con aulas específicas, tutorías oscuras y orlas amarillentas. Junto a la puerta de acceso una tutora pasaba lista para reunir a su nueva clase. Ya era lo hora de entrar, pero más de la mitad de los alumnos andaban saludándose ignorando por completo a la persona que iba a dirigir sus estudios en los próximos meses. Paciencia, no debo gasta toda mi voz el primer día.

Por fin la tutora logró formar una fila, más o menos marcial, con los componentes de su clase, que le miraban con ojos  expectantes para calibrar los puntos fuertes y débiles del enemigo a batir. Parecían polluelos recién salidos del cascarón, pero con buenos espolones.

¡Vamos, en silencio, todos a clase! -dijo la profesora, y todos a seguirle por el pasillo y la escalera, hasta llegar al aula.

¡Oh, qué hermosa es esta clase! -dijeron los alumnos asombrados por los enormes pupitres, la pantalla y el proyector, el armario de la biblioteca y la corchera que cubría una pared entera.

¿Les asombra esta clase?-preguntó la profesora-. Pues aún les falta por conocer las aulas de música, tecnología y plástica. ¡En fin! ¡Silencio todos! ¿Falta alguien? Vamos con retraso -Y fue a sentarse a su mesa.

¡Profesora! ¡Falta Gumersindo!

Ya verá usted como llega tarde.

Siempre lo hace…

¡Silencio! Si desean hablar levanten la mano -se levantan doce manos-. A ver, la chica de azul…

Gumersindo no se suele enterar de nada. Tiene problemas…, ji, ji…

¿De qué se ríe señorita? Ya hablaremos usted y yo…

Cuando la tutora se encontraba leyendo las normas de secundaria, alguien llamó a la puerta. Era Gumersindo.

Esto… ¿Es aquí? -rechufla general.

¿Es usted Gumersindo?

– Sí… -le faltó decir “eso creo

La profesora observó a Gumersindo. Era bajito, muy bajito. Tenía el pelo despeinado y un extraño tupé que se asemejaba al de Tintín. Tenía toda la pinta de estar perdido en el colegio, pero también en la vida.

Al día siguiente comenzó la clase. La profesora les dictó unas operaciones con número enteros por aquello de repasar lo olvidado en el verano, es decir, el noventa por ciento de lo aprendido el curso anterior. Todos los alumnos realizaron las operaciones con diligencia. También Gumersindo lo hacía, pero saltándose los pasos y eliminando cualquier atisbo de orden en su cuaderno. Cuando salió a la pizarra todo parecía indicar que lo había hecho bien pero no había forma de entender como lo había resuelto. La tutora lo miró con curiosidad y llamó al siguiente alumno.

En el recreo, los alumnos más veteranos observaban atentamente a los novatos, entre muecas de desdén -hacia los chicos- y sonrisas -hacia las chicas-. Al llegar Gumersindo con un bocadillo más grande que él, empezaron las burlas. ¿Este tío no es de primaria? ¿De dónde ha salido este enano con esa peluca? ¡Qué fuerte, parece un hobbit de El Señor de los  Anillos!

La tutora escuchó los comentarios desagradables hacia Gumersindo y se encaró con los mayores. ¡Dejadle en paz! ¿Os recuerdo como erais vosotros en primero? Ojalá hubieseis sido la mitad de buena persona que él -y le pasó el brazo a su alumno para llevarle con los demás compañeros. No olvides que quien crece más tarde, crece más. Ya lo verás.

El balón estaba en juego. Gumersindo no era un as en el baloncesto y con su estatura sólo podía jugar de base, pero no era demasiado habilidoso, por lo que le colocaban en una esquina  por si había que evitar que el  balón saliera fuera por allí. Cuando en un rebote le llegaba la pelota se emocionaba, le entraban los nervios y lanzaba un castañazo contra la canasta que solía acabar en la cabeza de alguien, provocando las risas y los chascarrillos de los compañeros. ¡Es un inútil! ¡Debería jugar al baloncesto en un campo de golf! ¡Si me llega a dar con el balón, le parto la cara!

Gumersindo se sentía muy triste. La llegada de la secundaria y la adolescencia iba a significar un empeoramiento de su soledad y abatimiento. En las semanas siguientes, sus compañeros fueron dejando el balón para buscar otro tipo de esferas más femeninas… Algunas chicas ignoraban a Gumersindo  y otras le trataban casi como una mascota, provocando casi más dolor que el propio desdén. Así que se alejó de allí para buscar algún rincón en el patio donde llorar a escondidas.

Estaba sentado junto a un árbol cuando se le acercó un chaval de otro grupo. ¡Oye tío! Te veo muy chungo. ¿Quieres jugar con nosotros a los Pokemon? Es muy divertido. Os lo agradezco mucho, sois muy amables, pero ya no tengo edad para esos juegos. Otra vez será…

Luego dos alumnos de 2º se dirigieron a él. Pequeñín, tenemos que colarnos en el comedor a ver si pillamos unas chocolatinas. ¿Te importaría preguntarle algo a la profesora que vigila? Tienes pinta de ser un friki y seguro que se fían de ti. Luego repartimos. ¿Qué dices? No, gracias por contar conmigo, pero ese tipo de cosas no van conmigo. Tú mismo, pringao, se lo ofreceremos a otro con más huevos. A los diez minutos Gumersindo vio a los dos chicos y a la profesora camino de dirección.

Como hacia mucho calor, Gumersindo se fue a la máquina de las bebidas, bajo cuya sombra descansaban un chico vestido con pulseras de clavos y una amiga disfrazada como de vampiro. Mientras sacaba el refresco de la máquina observó atentamente a los extraños alumnos. El de las greñas le dijo: ¡Eh tío! Sólo los niñitos beben naranjada. Por cierto, me gusta tu pelo… ¿Has probado a dejártelo largo? No, nunca. Pues te quedaría alucinante. Ella le dijo: De todas formas dile a tu mamá que deje vestirte en tiendas para bebés, que ya eres mayorcito. ¿No? Gumersindo se fue de allí ahogando sus penas en zumo de naranja. Tampoco su imagen encajaba con nadie.

Con el paso de los meses, el “tema Gumersindo” dejó de ser interesante para los demás, procurando cierta paz en su vida diaria y logrando mejorar sus relaciones con los compañeros. No se podía hablar de una amistad, pero sí de un respeto hacia él y una mayor comprensión, gracias a la labor del delegado y de la tutora. Y así llegó el verano… Gumersindo consiguió aprobar todo, aunque con una recomendación de la junta de evaluación sobre procurar el orden en sus trabajos. Durante los meses de vacaciones nuestro protagonista se reencontró con su pandilla  de toda la vida en el pueblo y pasó unos inolvidables días montando en bicicleta, nadando en el río y jugando en la plaza. Tan atareado estaba que no se miró al espejo….

El primer día del nuevo curso llegó tarde, como siempre. Tampoco encontró el aula a la primera y llegó el último. Al entrar en la clase de segundo todos le miraron con la boca abierta. Gumersindo había crecido, había fortalecido sus músculos con el deporte del verano y su clásico tupé ladeado era ahora un signo de modernidad y rebeldía de lo más fashion. A la compañera que más se había burlado de él, se le cayó el estuche al suelo. El silencio era sepulcral. ¿Se puede? -preguntó tímidamente- ¡Claro pasa! Tú debes ser Gumersindo. La tutora del año pasado me ha hablado muy bien de ti.

Entonces, desde el fondo de la clase se empezaron a escuchar silbidos y exclamaciones de júbilo: Tío, ¿qué has comido este verano? ¡No puedes ser tú! ¡Guaaaaaapo! ¡Pareces Pau Gasol!

Su tutora de primero tuvo razón cuando le dijo que quien crece más tarde, crece más. Pero lo más importante no era su cambio físico, no. Aquel verano Gumersindo, con la ayuda de la gente que le quería, había aprendido a quererse a sí mismo tal y como era, a aceptar su cuerpo, bajo o alto, grueso o delgado, rubio o moreno, con o sin granos, y eso es algo que se vislumbra desde fuera, que se adivina en las palabra y gestos. Ese había sido su gran error. ¿Cómo le iba a querer la gente si no se quería a sí mismo?

Al realizar su entrada triunfal la expresión de su cara decía: “Nene, tú vales mucho“.

Antonio Javier Roldán

Colaboraciones

Nueces con lazo

Querida/o amiga/o:

Sé que no me conoces personalmente, pero creo saber algo de ti, ya que paso muchas horas al día con gente como tú. Muchos de ellos dejaron el colegio hace años y ahora son mujeres y hombres sanos y felices. Te cuento esto para que sepas que al final la historia puede acabar bien. Todo depende de ti.

A lo mejor nunca te has parado a pensar que en España hay casi tres millones de jóvenes de tu edad, que sienten lo mismo que tú, deseando ser agradables a los demás, queriendo gustar y ser el centro de atención de las pandillas. En esa carrera por ser más que el otro, por gustarle a ese chico o chica que no me mira en el patio o simplemente por destacar, buscas cualquier pista para alcanzar el éxito.

¿Te imaginas a un vendedor de frutos secos que le pusiera un lazo a las nueces para demostrar que el fruto está en buen estado? Eso haces muchas veces cuando te importa cuidar más tu cuerpo hacia fuera que hacia el alma, o cuando tu éxito social depende de la compra de una determinada marca de ropa. ¿Sabías que el presupuesto que los jóvenes gastan con tu edad para adquirir ropa de marca oscila entre 36 Euros y 160 Euros al mes mientras que hay niños en el mundo que mueren cada día de hambre por no tener un euro al día?

La marca no es sólo un logotipo, es una promesa que te hace un fabricante a través de la publicidad, prometiendo que tendrás éxito en la vida, que serás popular, que ganarás dinero, que dispondrás de lujos o que llegarás a ser como las estrellas que salen por televisión. Te están vendiendo un mundo falso y vacío, en el que todo reluce y brilla y en el que no hay sitio para los que no se unan a esa marca.

Tú ahora estás creciendo, quizás tu cuerpo con más velocidad que tu cabeza – suele pasar, don´t worry-, por lo que eres presa fácil de ese mundo de espejismos en el que el dinero, los cuerpos Danone y el éxito fácil aparecen como única posibilidad de tu futuro. No te dejes engañar. Crece, vive la vida, disfruta de cada momento, sueña con un mundo mejor, ama sin límites y goza de la libertad. Pero hazlo desde el corazón, desde tu interior, desde el fondo de tu alma.

Si eres una mujer, no te dejes embaucar por los que dicen que tu rol supremo es estar atractiva. Ellos sólo quieren limitar tus horizontes porque no es rentable que la mujer compita en igualdad de condiciones. Dale la vuelta al mundo, pon el patriarcado patas arriba y entrégale al mundo eso que necesita y que a menudo ocultas bajo la tiranía de la imagen.

Si eres un hombre, entrena la fortaleza de los sentimientos, no la de tus brazos. No hagas caso de los que dicen que las emociones son para ellas. Llora, comparte, ama sin miedo, y descubrirás que eres más libre que antes. Ámate a ti mismo por lo que eres, pero también por lo que no eres.

Mírate al espejo y sonríe ante esos ojos tan bonitos que tienes, pero también ante ese grano que te ha salido y que demuestra que eres mayor. Haz que hasta el más pequeño de tus defectos sea atractivo. Entonces te darás cuenta de que lo más maravilloso de ti no es la cáscara de la nuez, es el fruto.

Así que no pierdas el tiempo en ponerte los pantalones caídos para que vean la marca del tanga o los calzoncillos que escondes debajo. Sólo presume de la marca de tu corazón, y recuerda que la única belleza que crece con los años está en tu interior.

(Publicado en “Corazones de tiza en las paredes del patio”)

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Materiales recomendados

 

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One Response to “Capítulo 48”

  1. GEMA Says:

    Antonio,
    Muchas gracias por recomendar nuestra web. Si quieres que hablemos de algo en concreto, dínoslo. Un abrazo. Gema