Blog de Antonio Javier Roldán sobre adolescencia y educación

La última pieza


sábado, septiembre 22nd, 2012

 

La última pieza

 

Tras romper el precinto las piezas del puzzle se derramaron sobre la mesa conformando una pila de ilusionante misterio. Algunas de ellas mostraban su cara oculta, pero otras retaban al niño con su colores brillantes de papel satinado. Toda la infancia con el rompecabezas de las películas de Disney y ahora se encontraba ante el reto de completar una imagen de un paisaje con mil piezas. Imposible no seré capaz, pensó. Así que retomó el viejo rompecabezas y en pocos segundos logró que los enanitos volviesen a cantar aquello de ay-jo, ay-jo, a casa a descansar. Patético. Como me vea mi hermano se descojona in my face. Mañana sin falta empiezo el puzzle.

Nuestro presunto héroe se levanta al día siguiente, se acerca a la mesa y contempla sorprendido que durante la noche alguien ha unido los bordes del puzzle, delineando un enorme rectángulo a modo de límites. Sus padres sonríen cómplices en la cocina. Son conscientes de que es él quien tiene que realizar la titánica tarea, pero también recuerdan como sus padres también les marcaron claramente el marco de la imagen acortando sensiblemente la dificultad. Creo que no hacía falta pero, ya que os habéis molestado en ponerme los límites, los aprovecharé para trabajar con más seguridad

El puzzle avanza lentamente. ¡Hay demasiadas piezas! La abuela que pasaba por allí se acerca a su nieto y le anima a ordenar las piezas por colores. No es ella la que debe encargarse de los límites, pero sí de enseñarle que en cada imagen hay sombras y luces y que entre ellas corretean el rojo de la pasión o el verde de la esperanza.

Todo el mundo quiere colaborar… Llega el temido hermano mayor y, aunque al principio aprovecha para cachondearse del novato, le pone la mano en el hombro y le dice que procure no deshacer los límites, que luego volver a ponerlos es un rollo. También le dice que no se desanime, que su primer puzzle fue tan patético que todavía se troncha de risa cuando lo recuerda. ¡Suerte campeón! Te hará falta. Y le da un puñetazo amistoso en el hombro.

La labor avanza… Pasan los días y las semanas. Ahí se vislumbra un bosque y unas manchas blancas que parecen nieve. Un sol brillante ya surge en la mesa. Debe ser un deshielo en primavera. Hay días de desánimo, momentos en los que tiraría todo a la basura, pero algo le dice que hay mucho en juego. Si lo termina ya nunca habrá rompecabezas de Disney, ni barajas de Pokemon o construcciones de Lego.

Quedan doscientas piezas, cien, cincuenta… Ese día el abuelo se sienta a la mesa, mira a su nieto, ya adolescente, con orgullo y le dice: se acerca el momento, estás a punto de lograrlo. ¡Sangre de mi sangre! Los minutos transcurren lentamente y el corro familiar comienza a formarse alrededor del abuelo y de él . Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno y… ¡¡¡No!!! ¡No es posible! ¡Falta una pieza! El primer impulso del joven es dar una patada al puzzle. No es justo, he peleado, me he quemado las pestañas, no he faltado ni un día a mi cita con este paisaje y todo ¿para qué? Para quedarme a la orilla. Además, el hueco que queda libre es el pico de la montaña. ¡Vaya mierda! El abuelo toma su mano y le dice. No pierdas la esperanza, algún día completarás el puzzle.

Con determinación comienza la búsqueda. Mira el nombre de la montaña en la caja y comienza a investigar en internet. Ya sabe en qué país se encuentra, la comarca que abriga e incluso las especies de árboles que la rodean. Necesita esa foto. Tiene que ir allí. Sus padres le dicen que el viaje sale caro en avión y que tampoco tiene edad para aventurarse en tren. Así que decide esperar.

Años más tarde, cuando terminó el bachillerato, se puso a trabajar durante el mes de julio en un parque temático vestido de patética mascota. Sudó y adoró a Herodes en silencio. Cuando tuvo el dinero hizo la maleta y se fue en busca de su montaña. Un avión, un taxi y un autobús más tarde llegó frente a una señal de madera que indicaba el camino a su montaña.

Bajo el sol, que conoció en la mesa de su casa, avanzó ilusionado en dirección a su sueño y, tras varias horas andando, vislumbró en la lejanía la imagen de su puzzle. Continuó unos metros más hasta lograr el encuadre que recordaba. Luego se sentó en una piedra y respiró profundamente. Sacó la cámara de la mochila y depositó su funda en el suelo. Entonces la vio. Una mancha blanca en el fondo. Allí, escondida tras la cámara alguien había colocado la pieza que le faltaba.

Hizo la foto y se despidió entre lágrimas de su montaña.

Cuando regresó a casa enmarcó la foto en su habitación. Bajo el cristal colocó la pieza perdida, porque comprendió que su puzzle sería más valioso con el hueco vacío.

Ya sabía que el corazón deja de ser joven cuando se cansa de buscar.


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One Response to “La última pieza”

  1. Araceli Says:

    Me ha encantado el sentido de la búsqueda y del esfuerzo que emana de tu relato, y todo el espíritu de acompañamiento y apoyo de la familia que en él respira.
    Muy bonito y estimulante.

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