miércoles, febrero 19th, 2014
Entonces no sería divertido
Situación: frente a mi tutoría, chavales de 13 y 14 años, iniciando una sesión sobre el autocontrol propuesta por mi compañero Ramón, profesor de literatura y coordinador de convivencia (es decir, persona digna de ser beatificada). La dinámica consistía en escenificar un par de páginas de la obra Romeo y Julieta de un pasaje en el que los criados de las dos familias rivales, Capuletos y Montescos, se meten en una pelea absurda que precisará la mediación del Príncipe. Así de entrada, le dices a tus pavitos que vamos a escenificar “Romeo y Julieta”: risitas, bromas, “¿con beso?”… Nada de extrañar. Luego ven que el texto es para horario infantil (del antiguo, vamos) y se calman un poco los efluvios hormonales.
Sansón: Procedamos legalmente. Déjalos empezar a ellos.
Gregorio: Les haré una mueca al pasar, y veremos cómo lo toman.
Sansón: Veremos si se atreven. Yo me chuparé el dedo, y buena vergüenza será la suya si lo toleran.
Abraham: Hidalgo, ¿os estáis chupando el dedo porque nosotros pasarnos?
Sansón: Hidalgo, es verdad que me chupo el dedo.
Abraham: Hidalgo, ¿os chupáis el dedo porque nosotros pasamos?
Sansón. (A Gregorio): ¿Estamos dentro de la ley, diciendo que sí?
Gregorio (A Sansón): No, por cierto.
Sansón: Hidalgo, no me chupaba el dedo porque vosotros pasabais, pero la verdad es que me lo chupo.
Gregorio: ¿Queréis armar bronca, hidalgo?
Abraham: Ni por pienso, señor mío.
Sansón: Si queréis armarla, aquí estoy a vuestras órdenes. Mi amo es tan bueno como el vuestro. (y así sigue la cosa…)
Cuando terminamos la representación, muy atinada por parte de mis actores, surgió el debate sobre las situaciones de la vida real que sacan de quicio a mis alumnos: injusticia, castigos, falta de escucha, exigencia… Luego me dijeron cómo se comportaban ante dichas situaciones y si emprendían un conflicto como hacen los personajes de la obra. En una de las intervenciones se nombró el mundo del deporte, así que decidí hacer un experimento. Saqué al “escenario” a un seguidor de Atlético, otro del Madrid y otra del Barcelona. Les dije: cada cual tiene un turno para defender las virtudes su equipo, unas cuatro intervenciones por minuto. ¿Preparados? ¡Adelante…!
“Iniesta es un enano calvo…”, “Sólo servís para hacer colchones…”, “Los madridistas tenéis ayuda de los árbitros…”, “No sois españoles…”, “Diego Costa sólo sirve para el teatro”, “Bale no vale…”. Fascinante. Era como una de esas tertulias futboleras de la madrugada o como uno de esos programas del corazón infartado (insisto, en horario infantil) en el que cada tertuliano le lanza escopetadas verbales a su oponente.
Claro, luego voy yo y me extraño de encontrarme a adolescentes insultando y menospreciando a aficionados y futbolistas a través de las redes sociales. En una edad en las que necesitan autoafirmarse qué mejor camino que sentirse parte de un colectivo poderoso que refuerce tu manera de actuar y opinar, dejando a un lado la primera persona del singular para adoptar la del plural: he suspendido el examen, pero hemos ganado la liga champiñones; Pascualita pasa de mi culo, pero el resto de la liga se rinde ante nosotros; se ríen de mis granos, pero hemos humillado al rival en su campo… En estas circunstancias no es de extrañar que un simple partido de fútbol pueda afectar al estado de ánimo de más de uno…
Algunos adolescentes, con baja autoestima o poca asertividad, van más lejos y buscan el cobijo de grupos e ideologías extremistas, haciendo suyos credos negacionalistas, repitiendo consignas aprendidas o, lo que es más grave, haciendo de la intolerancia un valor que les diferencie del resto. De esa manera encuentran con facilidad pretextos para meterse en su caparazón y descalificar a todos los iguales que han dejado de serlo por su ideología, raza o pertenencia a una determinada comunidad. Saben que el caparazón es fuerte y les protege de peligros, sin darse cuenta de la oscuridad y el aislamiento que les está produciendo.
Así que, cuando vi el panorama, detuve un instante el debate futbolístico e hice la pregunta que cualquier adulto haría: ¿Por qué vuestros argumentos consisten en faltar al contrario y no en defender a vuestro equipo? Otro de los alumnos, que permanecía como yo atento a la discusión, dijo: profe, es que entonces no sería divertido.
Ahí le has dado, pensé. La agresividad como pasatiempo. Inmediatamente descubrí que William Shakespeare había dado en el clavo:
Príncipe: ¡Rebeldes, enemigos de la paz, derramadores de sangre humana! ¿No queréis oír? Humanas fieras que apagáis en la fuente sangrienta de vuestras venas el ardor de vuestras iras, arrojad en seguida a tierra las armas fratricidas, y escuchad mi sentencia. Tres veces, por vanas quimeras y fútiles motivos, habéis ensangrentado las calles de Verona, haciendo a sus habitantes, aun los más graves e ilustres, empuñar las enmohecidas alabardas, y cargar con el hierro sus manos envejecidas por la paz.
Y aquí termina este acto de tutoría…
La semana que viene me tocará hablar de la brújula social (https://dl.dropboxusercontent.com/u/108538025/Web/Brujula.pdf), es decir, las habilidades necesarias para convivir y ser aceptado. Espero ser un buen árbitro en este partido que me tocará vigilar en un terreno de juego algo embarrado por el mal ejemplo que estamos dando a los más jóvenes.
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