Blog de Antonio Javier Roldán sobre adolescencia y educación

EL NIÑO DEL AUTOBÚS


lunes, mayo 20th, 2019

EL NIÑO DEL AUTOBÚS

Yo regresaba del colegio en autobús, leyendo muy ufano un libro, cuando todo sucedió: una madre sube a bordo con un niño de unos cuatro o cinco años. El niño no llora, berrea. Si no fuera porque existía un parecido razonable entre madre e hijo uno podría sospechar que se trataba de un rapto. Buaaaa-Arg-Hip-Buaaaa-Arggg-Hip.

Todo el pasaje admiraba la capacidad torácica del pequeñín y se preguntaba si aquellos alaridos eran humanos. Ambos se sientan, en un lugar reservado para discapacitados, frente a dos abuelitos que llevan su garrocha. El anciano, que los ha visto de todos los colores, y habrá hecho la mili en más de una comida familiar con nietos, pregunta al crío: -“Pero, ¿qué te pasa, chaval?” El niño ignora la cuestión y le da un manotazo a su progenitora, que observa muy relajada su móvil con increíble concentración.

Unos asientos más atrás, un joven que llevaba unos auriculares modelo “Princesa Leia” se los descuelga para verificar el origen de semejante contaminación acústica. El abuelo insiste: -“Pero, deja de llorar, coño, que te vas a poner malo”. Los ojos del conductor se mueven entre la calle y el espejo. La madre levanta la vista de la pantalla y se percata de que todo el autobús está observando el fenómeno. Buaaa-Buaaarg-Buaaa. Al fin se decide a pasar a la acción. ¡Vamos! Todos los viajeros estamos contigo. Sabemos que puedes: -“Si sigues llorando no te llevaré al parque”. Uno se pregunta si se refiere al parque de bomberos, porque el conductor está a punto de llamar a la central para pedir refuerzos a Protección Civil. Como el parque no parece incentivo suficiente, la creadora de esos pulmoncitos le ofrece un zumo de melocotón a cambio de su silencio. El llanto se transforma en chillido ofendido ante lo cutre del incentivo.

Comienzan los cuchicheos entre la gente. Cada cual emite una opinión o se ofrece a probar alguna técnica (constitucional) para aplacar semejante drama. Pero no cuentan con el arma definitiva que la madre se guarda en la manga. Esta suspira. La comprendo. Se siente avergonzada en público. Ha llegado el momento. Toca mover ficha: le entrega el móvil. Como si fuera un exorcismo nuestro aprendiz de poseso recobra el camino de la fe y, literalmente, le arranca el aparatito de las manos a la causante de su profunda pena. Deja de llorar. Se seca las lágrimas con la manga y nos mira satisfecho. Ha ganado. KO técnico por aturdimiento público. ¡Qué jodío, el mico!

Así que era eso. Quería el móvil de mamá. Pues ya lo tienes, nene. Uno que conoce las negociaciones de los adolescentes con el aparatito en cuestión, y los habituales conflictos en casa, imagina a nuestro protagonista con diez años más, cuando le saque un palmo a su mami. Ella, desesperada, querrá ponerle límites, pero será tarde, porque el pavo se hará unas croquetitas con ellos y guardará en un tupper las sobras para restregárselas en las discusiones propias de la edad.

Y es que ya lo dice el refrán: más vale un escándalo en un bus que cientos de derrotas en el futuro. O algo así…

Comments are closed.