Blog de Antonio Javier Roldán sobre adolescencia y educación

Un begoñito nunca se rinde


domingo, junio 17th, 2012

 

Un begoñito nunca se rinde

 

Empecé mis estudios en un colegio nacional que fue inaugurado por Franco, como proclamaba la placa de la puerta principal. Algunos de mis profesores, durante la transición democrática, echaban más de una lagrimita cuando pasaban junto a ella, acordándose del principito (el Borbón), Suárez, Torcuato y la madre que los parió. Otros, como don Juan, no convertían sus clases en un campamento del Frente de Juventudes, sino que se ganaba el respeto mediante el afecto que sus alumnos sentían por él. Aprendí en mi infancia que un maestro puede ser violento e intolerante, pero también que existen personas que llegaban a la educación por vocación.


Pasaron los cursos y con ellos mis años en el colegio. El bachillerato me esperaba fuera de allí y debía escoger un nuevo centro en el que continuar mis estudios. Junto a nuestro colegio destacaba imponente el de los curas (para ellos) y un poco más alejado el de las monjas (para ellas). Los unos tenían hasta piscina y las otras un salón de actos tan grande como el cine Concepción. Mientras tanto, nosotros jugando en un foso de cemento que no tenía nada que envidiar a los muros de Alcatraz. Sin embargo, no éramos los únicos… Durante nuestras incursiones en el polideportivo municipal, donde hacíamos la educación física, había unos alumnos que sufrían como nosotros la ausencia de instalaciones deportivas. Se trataba del Colegio Begoña, un centro educativo del Hogar del Empleado, que ocupaba los bajos y locales adyacentes de un edificio similar a una colmena humana.

 

Contaba la leyenda que era un colegio tan exigente como el de los curas, pero laico y espartano. Durante los meses previos a la sublime decisión, observé como los compañeros más estudiosos de mi clase se decantaban por el Begoña. Eso significaba dos cosas: una, que si yo me consideraba un buen estudiante debía unirme a ellos, con todas sus consecuencias en lo que fue un ataque de masoquismo, porque mi autoestima no daba para mucho. Dos, que iba a trabajar de lo lindo. Dicho en otras palabras, seguir en el Betis de titular o fichar por el Real Madrid y ser un suplente apañadito.

 

 

Y allí fui, ufano, inocente y despreocupado…

En pocas semanas pasé de la placa de Franco a realizar un trabajo sobre Felipe González y su investidura como presidente del gobierno. Mi clase de machirulis de toda la vida se había transformado en una aula mixta repleta de chicas (puedo asegurar que todas eran guapas). Mis autoritarios profesores eran ahora personas cercanas y con una obsesión democrática que me sorprendía. Incluso tenía un tutor que ejercía como tal.

El colegio era lo más original que había visto en vida, un laberinto oscuro cuyo pasillo principal evoca un bunker o una alcantarilla. Las cucarachas mostraban sin pudor el ciclo completo de la vida, y cuando digo completo es completo (aquello parecía una maternidad para coleópteros). Todas las asignaturas duplicaban el nivel de exigencia que yo había experimentado en mi colegio nacional, así que en la primera evaluación recibí tres suspensos. Eso sí, nunca me han suspendido con tanta educación. Félix me dirigió una mirada tan tierna para anunciarme mi cate en matemáticas que lo sentí más por él, que por mí. Alicia se disculpó por no poder subirme el cuatro. Acepté sus disculpas, por supuesto. Y quedaba Concha, que me miró como quien observa un bacilo por el microscopio y me anunció eso de que o me ponía con las ciencias en serio o iba a ser diseccionado en directo. Por supuesto, con un tono de voz respetuoso y sereno.

 

En una semana acababa de descubrir que me había metido en un embrollo memorable. ¿Era capaz de aguantar el nivel de ese colegio? ¿Era un buen estudiante o me había sobreestimado? No encontré la respuesta, porque mientras deshojaba la margarita (“soy un cenutrio”, “soy un vago”, “soy un cenutrio”, “soy un vago”…), resulta que voy y me meto en la adolescencia. Eso fue ya el acabose… Pero no es el tema de este post.

Mis profesores en el Begoña fueron muy exigentes conmigo, me exprimieron con cariño, pero con dedicación. No me di cuenta en aquellos momentos del enorme favor que me estaban haciendo. Sólo recuerdo el odio que sentía cuando me suspendían o me creaban aquella ansiedad cuando llegaba al colegio. Primero de bachillerato, segundo, tercero… Y entonces ocurrió. Llegó el último curso, COU, el que daba paso a la selectividad y a la vida adulta. En el que debía ser el año más duro y decisivo, desperté. Todo lo que me habían apretado durante tres años me fortaleció y me otorgó una preparación y unas herramientas que nunca imaginé. Logré buenos resultados en dos huesos como física y dibujo, y ni yo mismo me lo creía.

Al curso siguiente, animado por mi último curso en el Begoña me arrojé (literalmente) a la facultad de Matemáticas, donde fui torturado algebraicamente y derivado en mi amor propio. Basta decir que a la profesora que considero “mi favorita” le otorgué ese privilegio porque se limitaba a transcribir unas fotocopias en la pizarra que luego yo me agenciaba en la biblioteca. Fueron mis mejores apuntes. Como pasó en el Begoña el primer tortazo fue apocalíptico y los suspensos caían cada año de tal forma que ya hacían callo en mi estado de ánimo. ¿Por qué seguir? Nunca lo conseguiría… ¡No! Un “begoñito” nunca se rinde. En el Begoña me enseñaron que vale la pena pelear por un objetivo, que la exigencia y los malos ratos te hacen fuerte y que si aguantas hasta el final, y lo das todo, ganarás la partida.

 

Terminaba la carrera cuando decidí sacarme el carnet de conducir y escogí una autoescuela cercana al Begoña, a ver si me daba suerte. Una hora antes de cada clase teórica me iba a clase, le pedía a la secretaria las colecciones de test y me ponía a estudiar. Un día mi profesor me puso de mote, con cierto cachondeo, “Mr Test” y yo le respondí que había estudiado en el colegio de al lado y que por eso sabía que tenía que acudir al examen muy preparado y que me gustaba la exigencia. Desde aquel día mi profe me reservó las preguntas más puñeteras, las clásicas con trampa, para satisfacer mi demanda. Se lo agradecí cuando logré aprobar a la primera.

Con el paso de los años me he dado cuenta que me fui del colegio Begoña sin dar las gracias. Cosas de la edad… En la adolescencia se vive al día y yo tenía muy presentes mis veranos estudiando latín o ciencias. Así, que hoy lo voy a hacer, sabiendo que muchos de los destinatarios de mis palabras ya no están con nosotros.

Pedro y Alfonso (profesores de dibujo): aprendí de vosotros el amor por el trabajo bien hecho y que un borrón duele porque arroja a la basura el trabajo de muchas horas. Ahora que me suelo pelear con los ordenadores, en casa y en el trabajo, y sé lo que es un archivo que se va al limbo, he aprendido la “técnica de Pulgarcito”, que consiste en dejar miguitas de pan por el camino para volver atrás cuando te pierdes por el bosque. Cada paso atrás debes compensarlo con dos hacia adelante.

Alicia (Historia): la primera profesora que tuve en mi vida con conciencia política. El otro día pude agradecerte en persona lo que aprendí de tus debates, donde supe que ninguna verdad es absoluta y que la democracia no era un rollo de los políticos, sino un principio que estaba presente en lugares tan poco significativos como una clase de bachillerato. Por cierto, por ti no pasan los años…

Concha (naturales y jefa de estudios): al poco de jubilarse nos dejó. Fuiste la primera mujer que conocí que ocupaba un cargo. Hoy, en el siglo XXI,  suena a risa, pero para mí fue así. Cuando viste que no reaccionaba me llamaste vago en público, porque sabías que llamarías a mi orgullo. Por eso aprobé tu asignatura. Tu libro de geología y biología de primero de bachillerato es de los pocos que me gustaría recuperar como recuerdo. También te agradezco aquella mágica noche que nos llevaste con tu marido (que nos invitó a unos chatos en una antigua taberna) a visitar el Madrid de los Austrias. Desde entonces cuando piso esas calles suelo acordarme de ti.

Raquel (inglés): como mis padres me llevaron unos años antes a una academia de idiomas, reconozco que para esta asignatura no estudiaba mucho. Alguna vez me dijiste que si me ponía en serio sacaría sobresaliente, pero como estaba tan agobiado con las otras materias admito que me tomé el inglés como un receso dentro de las seis horas diarias de clase. Un día organizaste un miniconcierto acústico en el que mi compañera Olga (¡gracias a ti también!) cantó con la guitarra el tema “Yesterday” de los Beatles. Desde entonces cada vez que escucho esa canción mi mente viaja a mi antiguo colegio y a mi adolescencia.

Yesterday,

Love was such an easy game to play
Now I need a place to hide away
Oh I believe in yesterday

(Foto de Alicia, mi compañera Olga Rodríguez y Concha)

Ricardo (educación física): todavía debo tener agujetas de tus clases, estoy seguro. El test de Cooper, las marcas necesarias para aprobar (me río yo de las mínimas olímpicas), las clases de voley o gimnasia artística… Gracias a tu exigencia pude disfrutar del baloncesto o la bicicleta muchos años. Todavía hoy sigo pedaleando y me lanzo unas canastas en mi barrio de vez en cuando.

Julia (música): aunque era una profesora de la especialidad de ciencias, por algún motivo se encargó de impartir la clase de música en 1º de bachillerato. Por supuesto, no vimos solfeo, claro, pero nos hizo un regalo maravilloso que nunca olvidaré. Dedicamos todo el año a conocer la música moderna del siglo XX, el rock sinfónico, el heavy metal, los cantautores españoles… Cada grupo de alumnos escogían sus grupos favoritos, los exponían en clase y complementaban el trabajo con la audición de algún LP en un enorme tocadiscos estéreo. Maravilloso. El mejor momento del horario escolar. Ahora que soy profesor, sospecho que a Julia le completaron el horario con la música y que, ante semejante marrón, optó por la solución más sencilla. ¡Qué acierto! (Ver post antiguo: Adiós, Woolly)

Pilar (lengua y latín): Leíste mis exámenes, que con la caligrafía que me gastaba (sigo igual, sorry) ya es de agradecer. Cuando descubrí que el latín no era lo mío tuviste el detalle de darme un aprobado en diciembre para ver si me motivaba, pero no. Durante todo el verano comprendí a Asterix y Obelix, y llegué a septiembre in albus, tras un verano movidito en emociones. Creo que me aprobaste por compasión. ¡Gracias!

Don Gregorio (literatura y director): era el profesor más veterano del colegio y yo, con mis recuerdos falangistas de algunos diplodocus de mi infancia, reconozco que cuando lo vi entrar en clase las gónadas se me subieron la pescuezo y temí regresar a otros tiempos. Me equivoqué, era un tipo formidable. Recuerdo que la hermana mayor de un compañero me dijo un día que este señor se pirraba por los esquemas, así que en el primer examen probé suerte y le planté uno monísimo antes de desarrollar las respuestas. Días después llegó a clase con los exámenes corregidos, y nos dijo que en bachillerato había que hacer los exámenes muy claros, con las ideas ordenadas y sin añadir paja. Entonces sacó mi examen, lo mostró en público y lo señaló como modelo de lo que debía ser. Hay que ponerse en mi lugar… Un año entero recibiendo palos, con todos los complejos de un adolescente y, para colmo, el miedo que tenía a ver por dónde salía el único “don” que había entre los profesores. Y entonces va aquel profe y me inyecta una compuesto de autoestima en vena, así sin avisar y sin anestesia. Desde aquel día me aficioné a la literatura, frecuenté la biblioteca de mi barrio (Ver post antiguo: El templo del saber) y comencé a escribir alguna cosita a escondidas, embrión de lo que sería mi diario un año más tarde.

 José Mª (matemáticas y física):No es casual que le deje para el final. Hoy en día soy profesor de matemáticas, y tengo cada año unos cien “pavitos”a los que llevo por los extraños vericuetos de esta materia tan temida. Muchas veces les he contado a ellos la historia de su profesor, que suspendió las matemáticas con catorce años y que, a pesar de todo, no arrojó la toalla y hoy es él el que pone los exámenes. Tambien les digo que en mis clases trato de imitar, humildemente, al mejor profesor que tuve en este área, José María, alias “el Máster”. Por su culpa procuro que en mis clases reine un ambiente distentido, con momentos para el humor y para la seriedad. Mis exámenes están corregidos rápidamente porque así me lo enseñó mi profesor. También sé que cuando me equivoco en la pizarra debo aprovechar para recordarles a mis alumnos que de los errores se llega al acierto y que hasta un matemático puede despistarse. Los apuntes que doy aprendí de José Mª que deben ser ordenados, secuenciados y relacionados. Hace unos años me llegó el rumor de su muerte y lamenté mucho no haberle podido decir que, sin saberlo, fue un poco mi mentor como profesor de matemáticas.

Han pasado veintiseis años desde que dejé el Begoña y este año resulta que ha cerrado sus puertas definitivamente. Normal. Ahora las familias que acuden a un colegio lo hacen como clientes, y a un cliente no lo puedes recibir en cualquier sitio, y menos si parece un callejón del Bronx. Hoy en día las instalaciones, la imagen y los mimos que reciben los alumnos están por encima de la los criterios pedagógicos y, por si fuera poco, la exigencia está pasada de moda.

 

Esta semana, con motivo del cierre del Begoña se ha organizado un encuentro de antiguos alumnos y profesores, en el que hemos podido visitar nuestras antiguas aulas. Fue una tarde muy emocionante, repleta de recuerdos. Me llevé un regalo inesperado: mi ficha de alumno de 1982. ¡No me lo podía creer! Pero el mayor regalo fue el comprobar que los rumores eran falsos, y que José María, mi maestro junto a don Juan, estaba allí, paseando bajo los banderines de la fiesta. Me acerqué a él, le conté mi historia y me dijo: –a mí me pasó como a ti, que tuve un profesor que me marcó. Se llamaba don Ramón. Dentro de unos años se te acercará un antiguo alumno, como tú lo has hecho hoy, y te dirá que tú eres el causante de su amor por la enseñanza. Ya lo verás. ¿Sabes una cosa? La vocación por la enseñanza no se hereda, pero sí se transmite de profesor a alumno.

También le conté que en mis primeros años, cuando en mis explicaciones de matemáticas llegaba con mis alumnos a un punto conflictivo solía decir la frase que él empleaba en el Begoña: “¡Maldición, dijo Dick Turpin lanzando el sombrero al aire“, pero que dejé de hacerlo. Antes de explicarle el porqué, José María se adelantó y me dijo: Seguro que dejaste de hacerlo porque los de la ESO no sabrían quién demonios era el tal Turpin. Pues sí, así fue.

Me despedí de José María agradeciéndole una vez más todo lo que me enseñó. También le conté la historia a su hijo, para que un día la nieta de José María supiera cómo era su abuelo. En ese momento comprendí que había llegado el momento de cerrar la puerta del Begoña, aquella que quedó entornada cuando me fui a la facultad. Busqué a mi pandilla del Begoña y nos fuimos a tomar una caña por los viejos tiempos.

Ahora mis alumnos se enfrentan a los exámenes finales, en una época de crisis que les va a obligar a esforzarse más que nunca. Van a necesitar nuestra exigencia,  así como nuestra cercanía. Actualmente trabajo en un colegio concertado,veinte veces más grande que el Begoña. En él trabajamos dos antiguos alumnos del Begoña, Toñi Blanco y yo. Sé que la vida que les espera a mis alumnos ahí fuera no será un lecho de rosas, pero os puedo garantizar que por nuestra parte no os dejaremos caer, porque un begoñito nunca se rinde

(PUBLICADO EN EL “FUHEM INTERCENTROS”: enlace )


 

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7 Responses to “Un begoñito nunca se rinde”

  1. Araceli Says:

    Me ha gustado mucho tu entrada sobre los recuerdos que mantienes del Begoña. Están llenos de vida y positividad. Además creo que son unas buenas reflexiones para los alumnos que tengan la tentación del desánimo y la falta de esfuerzo. Y esto a todos los niveles y edades. Yo lo estoy comprobando en estos momentos (y no soy precisamente una adolescente…)con una materia nueva para mi, en la que estoy aprendiendo y disfrutando gracias al esfuerzo. Y yo creía que no servía… Por eso veo tan buenas tus reflexiones. ¡Gracias por compartirlas!

  2. Ana Belén Martín Says:

    Hola Antonio,
    Recuperando testimonios de Begoña, tu hermano, a través de facebook nos ha sugerido esta entrada de tu blog. ¿Tendrías algún inconveniente en que publicáramos este texto en el periódico Noticias Intercentros que edita FUHEM?
    Espero tu autorización… y si puede ser… lo antes posible. 🙂
    Mil gracias, un abrazo.
    Ana

  3. miguel Says:

    Hola.
    Estuve en Begona desde el 85 al 89 (un poco mas joven que tum :). No se si por la crisis de los 40 o por que a estas alturas empezamos a mirar para atras, me puse a pensar en el cole y en mis compis que ya nunca vi y en los profes que tenia. Me puse a invertigar y llegue en facebook a un grupo de ex alumnos y uno de ellos (Jose Luis Roldan) a quien no conozco, coloco el link a tu articulo. La verdad es que leyendolo decirte que gracias por refrescarme la memoria por que hasta los nombres de algunos de mi profes se me habian ido de la cabeza…. En realidad, el hijo de jose maria,(master) que tambien se llamaba CHema era coleguita mio del cole y como muchos otros, deje de ver,justo cuando acabo el COU. Por otro lado me dio pena no poder haber estado alli cuando se cerro. Me hubiera hecho mucha ilusion haber podido a ex colegas y profes… Que pena.

    Sabes si existe alguna manera de recuperar el expediente,o la orla con los nombres de mi promocion?

    Muchas gracias por la nota. Me encanto. SIn duda que alli nos ensenaron muy bien…yo hice ingenieria industrial y siempre agradeci la disciplina del colegio.

    Tienes mi mail por si quisieras comentarme algo
    Gracias de nuevo
    Miguel Moreno
    85-89

  4. Julio Arias Says:

    Querido Antonio Javier:

    Sólo un begoñito puede comprender a otro begoñito. Y yo tuve el inmenso privilegio (Ahora la perspectiva es la que da la medida de aquellos hechos) de elegir pasar mi etapa de instituto del año 82 al 86. Y de un modo muy similar, entre las distintas opciones, al final elegí la dura-masoca y supe por primera vez en mi vida lo que era suspender, y me enfrenté a esa realidad de un modo agridulce, gracias a la elegancia y suavidad de los profesores, entre ellos, también Alicia (mi primer suspenso).
    Me enteré de refilón del cierre del colegio y, como a tí, me ha dado la materia prima necesaria para afrontar con estoicismo las grandes empresas y los grandes fracasos de la vida, y a conseguir también muchos éxitos personales. Cierto: un begoñito nunca se rinde.
    Me ha encantado tu post; me ha rejuvenecido una porrada de años. Casi no me acuerdo de la gente ni de los profesores, y has hecho que vuelvan a mí algunas personas que durante cuatro años formaron parte de mi vida. Y, de un modo u otro, el cuarentón que escribe esto es un producto de aquellos años y de aquellas experiencias con la gente.
    Creo que ha sido todo un hallazgo y una suerte encontrar tu blog navegando en el proceloso ciberespacio.

    Un abrazo.

  5. Socorro Medina Lara Says:

    Hola.
    Acabo de ver en la página de Facebook del Begoña que tu hermano ha recomendado leer tu blog y he entrado.
    ¡Muchas gracias! Alguna lagrimilla se me ha escapado leyendo esto.
    Yo también fui alumna del Begoña (77-80). Me fui para hacer COU en un instituto porque aún no se cursaba allí. Volví en el 88 para hacer lo que siempre había querido: ser profesora. De inglés. Estuve hasta junio del 94 porque me trasladaron a otro colegio de la FUHEM. Lo que soy se lo debo a esos años de “pavita” (después de haber ido a un colegio nacional de la zona) y a todos los años de docente en otros colegios de la FUHEM.
    Algunos profesores de los que hablas fueron compañeros míos después de haber sido mis profesores (José Mª y Félix entraron en el Colegio cuando yo estaba en 2º de BUP) y evoco aquellos años cada mañana cuando me pongo delante de mis “pavitos” actuales.
    Creé el evento en facebook sobre la fiesta de cierre del cole para que el mayor número posible de personas pudiera asistir. El reencuentro fue de lo más emocionante.
    Me encanta haber leído este post. Te lo vuelvo a agradecer. Ahora voy a ver si te sigo leyendo.
    Un abrazo,
    Socorro Medina

  6. Turky Says:

    Increible!! Yo estuve un poco antes, entre el 74 y el 81, y mis hermanos hasta el 82 y el 86. Me identifico con todo lo que cuentas en el blog, todos los profesores, las instalaciones,… Recuerdos maravillosos. Solo me faltan, D. Ramiro (música), José Luis Bueno, “El Popeye” (historía y marido de Pilar), Mabel (matemáticas), “El Ruso” (religión) y, sobre todos, el crack: Ventura (francés). Claro que algunos eran de EGB.
    Pero aún es más increíble el que hayas dado clase de matemáticas a mis hijos, y te lo agradezco de verdad, ya que han aprendido porque les has enseñado, y muy bien. Te lo recordaré en el CBC.
    Un abrazo y enhorabuena por el artículo.
    Fernando Sánchez Urquía
    (Mis hijos son Alejandro y Jorge Sánchez Rodríguez)

  7. Beatriz Says:

    Me ha encantado este escrito. Soy posterior a tus años pero tuve muchos de estos profes. Mi más sincero amor por Pedro de dibujo, Concha de ciencias y Jose Mª Máster de mate.
    Yo también soy profe pero de primaria y a mis alumnos les digo la frase del máster cuando tenemos examen: “Y mañana… festejos!” Algunos se rien y otros me preguntan que qué quiero decir pero yo sonrío para adentro.

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