La fortuna está contigo. Tu destino ya ha sido revelado no hace mucho, allí donde el elemento agua discurre envuelto en sangre. Tienes una cita con tus ancestros en el lugar que fue dictado por las hojas del bosque. El alma que cuida de ti te aguarda allí, protegida entre las montañas, y será ella la que hable. Pero ten cuidado, alguien te quiere mal y su ángel de la venganza te seguirá hasta el final. Es poderoso y no se detendrá ante nada.
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Siempre cuento a mis alumnos que su profe de matemáticas suspendió la materia que ahora imparte cuando estaba en plena adolescencia. Para algunos es una forma de motivarse cuando la pizarra se llena de signos inexplicables y creen que nunca serán capaces de entender todo aquel compendio de insensateces algebraicas. También les he contado cómo viví la llegada de la droga a mi barrio, o cuáles fueron mis sentimientos cuando me enamoré de verdad por primera vez y cómo he logrado regar ese sentimiento para que todavía hoy perdure. Sin embargo nunca les he hablado de mi analfabetismo emocional cuando mi alma y mi cabeza pugnaban por apropiarse de las sensaciones que se me clavaban como saetas.
Los primeros suspensos llegaban y su frecuencia me inmunizó. Las chicas entraban y salían de mi corazón, tan deprisa que apenas dejaban el aroma incierto de un perfume o un recuerdo en que refugiarme. Avanzaba hacia un mundo injusto y cruel al que no deseaba pertenecer. ¿Cómo explicarles a los demás la inseguridad que se apoderaba de aquel muchacho con cuerpo de hombre y alma de niño? ¿Cómo describir las emociones que me zarandeaban si ni yo mismo era capaz de nombrarlas?
Entonces sucedió Uno de mis compañeros comenzó a quedarse en clase durante los recreos, aquella media hora de gloriosa libertad emboscada entre las seis horas diarias de clase. Cada día tomaba la tiza y copiaba la letra de una canción de un guitarrista llamado Gary Moore. Al principio no le presté mucha atención, al tratarse de música de rock duro, pero poco a poco me picó la curiosidad, hasta sentarme con mi bocadillo en mano frente a aquellos textos. Todo estaba ahí, mis preocupaciones, anhelos, deseos, frustraciones ¿Quién era capaz de contar aquellas historias? ¿Un melenudo aporreando la guitarra? Imposible.
Así que una mañana me acerqué a mi compañero con una casete en la mano y le dije que hiciera con ella lo que considerara oportuno, que por fin alguien había sido capaz de describir mis emociones y que necesitaba saber si su música sería capaz de armonizarlas y acompañarme en las largas tardes de estudio y melancolía. Así llegó Gary a mi discoteca.
Y pasó un año, y otro más Entonces la conocí a ella, la que acaricia mi corazón cada amanecer y lo conforta al caer el día. Juntos escuchamos a Gary Moore, convirtiéndolo en una de esas pequeñas complicidades que conforman el mundo de la pareja.
El domingo seis de febrero supimos que Gary Moore nos había dejado. Yo lo siento como si hubiera perdido a un colega de viaje, a una de esas referencias a las que me agarré cuando mi única certeza consistía en reconocer mis dudas. Mi compañera y yo nos hemos levantado un poco más tristes que ayer, pero temo que días como este serán cada vez más frecuentes. Cosas de la edad…
Así que, gracias por todo Gary, por tus habitaciones vacías en las que tu guitarra lloraba cuando mis lágrimas brotaban secas; por recordarme que allí en los campos de batalla los hombres no siempre mueren por un ideal; y, sobre todo, por descubrirme que mirando a los ojos de ella lo más fácil sería enamorarme.
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Tengo que remontarme al año 82 para recordar las únicas clases de música que he recibido en mi vida. Me encontraba cursando primero de bachillerato, el equivalente actual a 3º de secundaria. En mi colegio le otorgaron a una profesora, especialista en ciencias, unas horas de música con treinta y tantos adolescentes furibundos, por aquello de completar jornada, supongo.Yo en su lugar hubiera cogido mis bártulos y le habría dicho a la jefa de estudios aquello de son todos tuyos, reina. Pues no. Julia, aquella intrépida docente, tuvo una idea genial que siempre le agradeceré. Nos encargo a sus pavitos que trajéramos discos de música moderna para ser escuchados en clase, analizando el estilo al que pertenecían así como la biografía de sus intérpretes. Serrat, Aute, Asia, ACDC, Barón Rojo, Jethro Tull, Spandau Ballet, Led Zeppelin, entre otros, conformaron un mosaico sobre el que construir mi ecléctica discografía actual.
En aquellas gozosas jornadas musicales, descubrí la corriente del rock sinfónico, como resumen de los múltiples sonidos que pinchamos en el equipo de sonido compacto, que los habituales portadores bajaban de la sala de profesores con ilusionada pericia. Por eso, en aquel comienzo de bachillerato, perseguía obsesivamente grupos como Yes, Marillion, Génesis o Pink Floyd. Por aquel entonces anunciaron en televisión la emisión de un concierto de rock sinfónico en la segunda cadena a cargo de Barclay James Harvest. ¿Eran tres grupos o uno solo de nombre extraño? Ni flowers. No me sonaban conocidos, pero me daba igual, yo era un auténtico depredador. Así que me monté un estudio de grabación de la leche Me sitúo. Dormitorio de mis padres. La tele pequeña en blanco y negro, que usábamos como monitor de nuestro heroico ordenador Spectrum, fue sintonizada en el UHF correspondiente. Mi radiocasete marca MBO se colocó frente a la pantalla, con su micrófono monocanal y armado de una cinta de gama baja, regrabada hasta la saciedad.Comienza el programa.
Berlin. A concert for the people. REC. Adelante A través de la pantalla, los músicos se movían en un mar de interferencias, como espectros rockerosencerrados en una jaula de Faraday. Y si de fantasmas iba la cosa, la grabación supuso la primera psicofonía sinfónica de la historia, tan tenebrosa que el mismo Iker Jiménez hubiera dado una pasta gansa por ella si la hubiera perpetrado en una casa encantada. Decepción
Meses más tarde, en la mítica tienda madrileña de Discoplay, rebuscando en el habitual cajón de las ofertas para las nuevas generaciones aclaro que por aquel entonces la música se prestaba, pero no entre desconocidos-, encontré una casete con el concierto de Barclay James Harvest que un día quise grabar. Calma, Antonio, calma. Debe ser un error del menda que etiqueta. Atrapé la cinta con destreza felina y me acerqué a la caja sudando, envuelto en una capa de terror, porque temía que me dijeran que estaba intentando robar por adquirir un producto mal etiquetado. Son 199 pesetas. Como estas. ¡Adiós! Pies en polvorosa.
Nunca había escuchado una música como aquella. Me atraparon desde la primera canción. No eran el mejor grupo sinfónico, tampoco el más progresivo, ni el más melódico o rockero, pero aglomeraba todas las influencias que estaba recibiendo en aquellos años en una urdimbre de temas muy cercanos a las inquietudes con las que me levantaba cada mañana en mi exploración del mundo adulto.
John Lees hacía llorar a su guitarra por los amores perdidos, el hambre en el mundo o la religión. Les Holroyd abría las puertas al amor correspondido, al intenso final de siglo o a los sueños que a veces se convierten en realidad. Woolly Wolstenholme acariciaba su melotrón dejando que las notas se alejaran de la Tierra y se mecieran por los planetas hasta depositarse delicadamente sobre un libro abierto. Mel Pritchard, desde su batería, atrapaba las tres cometas y sujetaba los hilos para que estas surcaran los cielos, azotadas por el viento o en permanente caída hacia el mar revuelto del corazón de un adolescente que deseaba conocer el mundo sin todavía conocerse a sí mismo.Inicié una frenética búsqueda de sus discos, y pronto asumí que aquel grupo era muy minoritario en España, por lo que cada uno de sus LP´s me costaría varias semanas de ahorro para adquirir en tiendas de coleccionistas.
Pasó mucho tiempo, incluso me casé, y todavía no había logrado reunir toda su música. Veinticinco años más tarde, me enteré de la muerte de Mel, así que me decidí a completar mi querida discografía, encargando por correo el disco que me faltaba. Al mismo tiempo, la revista Rolling Stone publicó una carta que escribí como homenaje al músico desparecido y al grupo que marcó mi juventud.
Aunque Barclay James Harvest se dividió en dos grupos John&Wooly, Les&Mel-, seguí comprando sus discos en mis viajes al extranjero o por Internet.Hace unos días recibí un correo de Keith y Mónica Domone, que durante años han mantenido unidos e informados a todos los fans del grupo repartidos por el mundo. En él me informaban de que Woolly dejaba temporalmente el grupo por problemas de salud y estrés. Me sonó muy raro. Finalmente el pasado día 13 de diciembre nos dejó.
Hay personas, lugares, melodías o libros, que marcan tu adolescencia ayudando a conformar tu personalidad. Muchas veces he soñado con poder hablar con mis cuatro músicos favoritos y contarles que tenían un seguidor incondicional perdido en un país en el que apenas eran conocidos. En septiembre de 2009 casi lo logro, porque John y Woolly se iban a acercar a España. El primer boleto para el concierto en Denia (Alicante) que los promotores vendieron para ver a la Barclay, fue el mío. Lo prometo, está numerado con el 001. Desafortunadamente la crisis económica hizo que el festival de Denia se suspendiera.
Ya sólo podré asistir a algún evento de John y o Les. Cada uno seguirá con su proyecto recordando aquellas viejas melodías de mi adolescencia y presentando otras nuevas compuestas desde la experiencia de sus sesenta y tantos años. Prometo no rendirme, y buscar algún lugar en Europa en el que toquen, para poder darles las gracias por tantos años de compañía.Así que este post va por vosotros, pero especialmente por Woolly, para que sepas que cuarenta de tus canciones llevan sonando en mi mp3 desde el lunes y que seguirán presentes en mi vida para siempre.
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Mi verano de los trece años transcurría con un pavo de manual, alternando los partidos de chapas del Real Betis Balompié, en el que brillaban las patorras de Gordillo, Rincón o Esnaola, con el examen visual de las largas piernas de mi vecina de piscina. Lo normal, vamos. Fichando como niño para lo que me interesaba y sacando pecho de adulto si la ocasión lo merecía, es decir, Jekyll para ganar la Copa de Europa lo de la Champions League es para yogurines- y Hyde para ti, nena.
Creo recordar que aquella mañana era domingo, quizás porque todo estaba silencioso y tranquilo en la urbanización donde pasaba las vacaciones. Me asomé a la terraza meditando sobre qué personalidad me pondría para salir, por aquello de ir bien conjuntado emocionalmente y tal, cuando entonces te vi. Estabas tirada sobre el césped, brillando de rocío y agotada tras una noche de presumible juerga. Confieso que dudé por un instante, porque estaba seguro de que en unos minutos despertaría del sueño y tú te alejarías de mis dominios.
Sin embargo, mi Hyde me decía que aquello era una aventura más interesante que humillar al Real Madrid en un partido a vida o muerte, por lo que fui a buscar a mi madre y le dije aquella frase para la posteridad: Madre, tengo que partir a una cita con mi destino. Bueno, realmente no fue así, creo recordar que, para no alterarla, lo edulcoré un poco: Mamá hay una cinta de casete tirada en el césped Que si puedo bajar. Ella me dejó, con ese instinto que tienen las madres para percibir los momentos sublimes de la vida.
Por ti romperé las reglas, guapa pensé mientras me colaba en el inmaculado césped recordando que el jardinero estaría roncando en su día libre-. Sigilosamente me acerqué al lugar donde reposabas, procurando no ser descubierto. Un perro que pasaba por allí ladró tras reconocer mi instinto innato de cazador. Nada me detendría. Y allí estabas, deseando encontrarte conmigo, junto a un envoltorio gastado de chicles, humillada en tu injusta soledad. Te tomé entre mis manos y dejaste escapar un tenue suspiro antes de presentarte: Rock´n´Ríos Miguel Ríos.
Así que era eso, un disco de rock del tipo ese que hizo la canción de misa del Himno de la alegría. Pues vale, pues me alegro, pues eso. Una cosa era acordarse todos los días del árbol genealógico del socorrista de la piscina, que nos machacaba a diario con el Maquillaje de Mecano, y otra muy distinta escuchar rock´n´roll, yo, un tierno Jekyll. Nena, te equivocas conmigo, soy un tipo formal, un caballero de los de antes, uno de los que cogen los vinilos de sus padres y no pasa de los Beatles con reparos-, así que si vienes a pervertirme musicalmente que sepas que vas de cráneo y contra el viento.
Ante mi postura cerrada y mi decisión irrevocable, la pobre cinta tuvo que estrujarse el coco para que la hiciera caso. Lo que ignoraba era que me había topado con un rival muy duro. Como quien no quiere la cosa, empezó a restregarme la canción de misa, el blues ese del músico que va en autobús mirando hacia el sur andaría desnortado, el pobre-, la balada de una Lucía que de santa tenía poco, y así hasta plantarse delante de mí y soltarme cuatro cosas sobre los peligros de las drogas, la invasión del microchip en nuestros hogares era una gran pitonisa, la cintita- y recordarme que mi tierra se llamaba Al-Andalus, con sus melodías sensuales y eternas. Ya me tenía medio atrapado en sus garras cuando decidió darme la puntilla final versionando a Burning, Asfalto o Leño, aquellos grupos que mis compañeros, más adelantados en la adolescencia, pintaban en sus carpetas como tatuajes de papel. En aquel momento recordé las palabras de Darth Vader invitando a Luke a pasarse al lado oscuro, y un escalofrío me recorrió por completo.
De esta manera Miguel y su casete me derrotaron, y tras el Rock´n´Ríos llegaron nuevos discos con el paso de los años, como aquel que le pedí a mi padre en el año 1984 por mi cumpleaños, La encrucijada, que también coincidió con un nuevo paso en mi evolución personal, convirtiéndome en el adolescente perfecto.
Han pasado casi treinta años desde entonces. No conservo aquella cinta, pero si el disco compacto del Rock´n´Ríos y el LP de mi cumpleaños. Miguel ha dicho que se jubila, que tiene cuerda para rato, gracias a su dedicación y a cómo ha cuidado su cuerpo, su voz, sus ganas de cambiar el mundo y su ilusión por explorar nuevos caminos, pero que ahora quiere volver a Granada, como ya avisó en una de sus canciones.
Hace poco tuviste la amabilidad de aceptar que te entrevistara para La pavoteca, aunque no me atreví a contarte la historia del niño que entrando en la adolescencia se encontró contigo una mañana de verano. Por eso no he dudado en acudir a tu fiesta de jubilación, un concierto que ha servido de homenaje al trabajo bien hecho, al amor por el esfuerzo, la constancia y la coherencia. El adiós de un músico, pero también de un profesor, porque las letras de tus canciones y tu profesionalidad podrían volcarse en un libro de texto para mis alumnos, que se están abriendo a un mundo que no les gusta pero que a la vez les atrae sin remedio.
Permíteme también decirte que seguirás sonando en mi casa y que el otro día disfruté en tu concierto igual que aquel niño del verano del 82, sólo que ahora Darth Vader se ha convertido en un recurrente disfraz de Halloween, las chapas sólo se emplean de atrezzo para Cuéntame y mi parejita Jekyll y Hyde se van de juerga y no me avisan. Los muy traidores.
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Desde hoy mirarás la realidad con otros ojos, sin permitir que el regalo que has recibido te ciegue. Estás evolucionando, cada día que pasa será más visible en ti la mujer en la que estás convirtiéndote. Todo tiene su momento Hay tanto que debes vivir que sería un error pensar que ya lo sabes todo. Experimenta el amor, déjate atrapar por él, aunque a menudo te duela; explora la vida que hay a tu alrededor, pero sin olvidar conocerte a ti misma. Crece a nivel personal e intelectual, porque el conocimiento te hará ser más tolerante y abierta a otras culturas. Cuando te sientas preparada vuelve a preguntarte a ti misma por tu vida. Si en ese momento tus recuerdos de Avalon acuden a ti y sientes que debes regresar, te estaré esperando.
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