Blog de Antonio Javier Roldán sobre adolescencia y educación

La Pavoteca


miércoles, febrero 19th, 2014

Entonces no sería divertido

Situación: frente a mi tutoría, chavales de 13 y 14 años, iniciando una sesión sobre el autocontrol propuesta por mi compañero Ramón, profesor de literatura y coordinador de convivencia (es decir, persona digna de ser beatificada).  La dinámica consistía en escenificar un par de páginas de la obra Romeo y Julieta de un pasaje en el que los criados de las dos familias rivales, Capuletos y Montescos, se meten en una pelea absurda que precisará la mediación del Príncipe. Así de entrada, le dices a tus pavitos que vamos a escenificar “Romeo y Julieta”: risitas, bromas, “¿con  beso?”… Nada de extrañar. Luego ven que el texto es para horario infantil (del antiguo, vamos) y se calman un poco los efluvios hormonales.

 

Sansón: Procedamos legalmente. Déjalos empezar a ellos.

Gregorio: Les haré una mueca al pasar, y veremos cómo lo toman.

Sansón: Veremos si se atreven. Yo me chuparé el dedo, y buena vergüenza será la suya si lo toleran.

Abraham: Hidalgo, ¿os estáis chupando el dedo porque nosotros pasarnos?

Sansón: Hidalgo, es verdad que me chupo el dedo.

Abraham: Hidalgo, ¿os chupáis el dedo porque nosotros pasamos?

Sansón. (A Gregorio): ¿Estamos dentro de la ley, diciendo que sí?

Gregorio (A Sansón): No, por cierto.

Sansón: Hidalgo, no me chupaba el dedo porque vosotros pasabais, pero la verdad es que me lo chupo.

Gregorio: ¿Queréis armar bronca, hidalgo?

Abraham: Ni por pienso, señor mío.

Sansón: Si queréis armarla, aquí estoy a vuestras órdenes. Mi amo es tan bueno como el vuestro. (y así sigue la cosa…)

Cuando terminamos la representación, muy atinada por parte de mis actores, surgió el debate sobre las situaciones de la vida real  que sacan de quicio a mis alumnos: injusticia, castigos, falta de escucha, exigencia… Luego me dijeron cómo se comportaban ante dichas situaciones y si emprendían un conflicto como hacen los personajes de la obra. En una de las intervenciones se nombró el mundo del deporte, así que decidí hacer un experimento. Saqué al “escenario” a un seguidor de Atlético, otro del Madrid y otra del Barcelona. Les dije: cada cual tiene un turno para defender las virtudes su equipo, unas cuatro intervenciones por minuto. ¿Preparados? ¡Adelante…!

“Iniesta es un enano calvo…”, “Sólo servís para hacer colchones…”, “Los madridistas tenéis ayuda de los árbitros…”, “No sois españoles…”, “Diego Costa sólo sirve para el teatro”, “Bale no vale…”. Fascinante. Era como una de esas tertulias futboleras de la madrugada o como uno de esos programas del corazón infartado (insisto, en horario infantil) en el que cada tertuliano le lanza escopetadas verbales a su oponente.

Claro, luego voy yo y me extraño de encontrarme a adolescentes insultando y menospreciando a aficionados y futbolistas a través de las redes sociales. En una edad en las que necesitan autoafirmarse qué mejor camino que sentirse parte de un colectivo poderoso que refuerce tu manera de actuar y opinar, dejando a un lado la primera persona del singular para adoptar la del plural: he suspendido el examen, pero hemos ganado la liga champiñones; Pascualita pasa de mi culo, pero el resto de la liga se rinde ante nosotros;  se ríen de mis granos, pero hemos humillado al rival en su campo… En estas circunstancias no es de extrañar que un simple partido de fútbol pueda afectar al estado de ánimo de más de uno…

Algunos adolescentes, con baja autoestima o poca asertividad, van más lejos y buscan el cobijo de grupos e ideologías extremistas, haciendo suyos credos negacionalistas, repitiendo consignas aprendidas o, lo que es más grave, haciendo de la intolerancia un valor que les diferencie del resto. De esa manera encuentran con facilidad pretextos para meterse en su caparazón y descalificar a todos los iguales que han dejado de serlo por su ideología, raza o pertenencia a una determinada comunidad. Saben que el caparazón es fuerte y les protege de peligros, sin darse cuenta de la oscuridad y el aislamiento que les está produciendo.

Así que, cuando vi el panorama, detuve un instante el debate futbolístico e hice la pregunta que cualquier adulto haría: ¿Por qué vuestros argumentos consisten en faltar al contrario y no en defender a vuestro equipo? Otro de los alumnos, que permanecía como yo atento a la discusión, dijo: profe, es que entonces no sería divertido.

Ahí le has dado, pensé. La agresividad como pasatiempo. Inmediatamente descubrí que William Shakespeare había dado en el clavo:

 

Príncipe: ¡Rebeldes, enemigos de la paz, derramadores de sangre humana! ¿No queréis oír? Humanas fieras que apagáis en la fuente sangrienta de vuestras venas el ardor de vuestras iras, arrojad en seguida a tierra las armas fratricidas, y escuchad mi sentencia. Tres veces, por vanas quimeras y fútiles motivos, habéis ensangrentado las calles de Verona, haciendo a sus habitantes, aun los más graves e ilustres, empuñar las enmohecidas alabardas, y cargar con el hierro sus manos envejecidas por la paz.

 

Y aquí termina este acto de tutoría…

La semana que viene me tocará hablar de la brújula social (https://dl.dropboxusercontent.com/u/108538025/Web/Brujula.pdf), es decir, las habilidades necesarias para convivir y ser aceptado. Espero ser un buen árbitro en este partido que me tocará vigilar en un terreno de juego algo embarrado por el mal ejemplo que estamos dando a los más jóvenes.



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martes, enero 7th, 2014

Las pinturas de Kondoa

Cuando la tierra y el cielo se separaron, el dios se dio cuenta de que el pasto para sus animales había quedado en la tierra, por lo que eligió a los masais para que los cuidaran en su nombre. Por eso los masais son los dueños de todos los rebaños de África y gozan de la protección directa de Ngai a través de esos espíritus que les acompañan hasta el día de su muerte. Aquella noche Tumake percibe el regreso del guardián más poderoso, el león blanco, el hijo del Sol, que camina por Kondoa como el más preciado regalo que nadie pudiera recibir. Todo el campo ha enmudecido esta noche, como lo hizo en otra época según le contaron sus abuelos, los anteriores laibones. Hay una mujer joven, en cuyo pelo dorado se refleja el rey del cielo, pero cuya piel es la imagen de la luna. Ella también goza del favor de Yemojá, la madre de todas las mujeres, la diosa de las aguas, que vela por su destino.

Descarga gratuita en:

http://www.antoniojroldan.es/Zahra.htm


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martes, diciembre 31st, 2013

Un año más en el CBC

Recopilación de los montajes fotográficos del CBC en este año 2013.


lunes, diciembre 16th, 2013

Las magdalenas de la abuela

Cuando miras a tu alrededor y contemplas la pobreza económica de la mayoría de los niños de nuestro mundo y el declive de la imaginación en la aldea global, te sientes culpable por recordar que fuiste un niño feliz. No me importó no cumplir algunos deseos materiales (el Scalextric me llegó con más de veinte años de retraso pero con veinte veces más emoción), porque encontré muchos tesoros ocultos que fueron todavía más preciados que los sueños que perseguía. Mis padres ejercieron como tales, sumergiéndome en la piscina de la vida con unos límites claros y acompañándome con paciencia en mi adolescencia. El sacrificio de mi madre, quedándose en casa, renunciando a una profesión (hubiera sido una excelente maestra), sirvió para que siempre hubiera una referencia en nuestro hogar. Mi padre, incansable trabajador, sacó tiempo para impartir cursos, ganar premios y conocer el lado menos agradecido de la Educación en cargos directivos, para que nunca faltara dinero en casa. Mis padres se comportaron (y comportan) como tales, haciendo de la familia un proyecto vital en el que reinaba la generosidad.

Mientras mis padres levantaban el edificio, mis abuelos preparaban las ventanas que me mostrarían los puntos cardinales  de la creatividad, la curiosidad, la complicidad y la tradición. De mis abuelos aprendí a amar la cotidianidad, los objetos antiguos, la naturaleza, la cocina hecha con cariño o el coleccionismo. Cada uno me inculcó sabias lecciones, pero siempre desde la afectividad. ¿Nos es esa una sabia enseñanza para un profesor?

Quizás hoy en día las funciones de padres y abuelos no estén tan delimitadas como antes. Nuestro ritmo diario, la necesidad de pagar una hipoteca o la de falta de conciliación laboral, hacen que muchos abuelos hagan el papel de padres y algunos padres el de abuelos, provocando que algunos niños perciban los muros como ventanas y que algunas ventanas sean simples tragaluces.

En los días que escribo estas líneas, mi abuela, la última de mis cuatro ventanas, se está despidiendo de nosotros. De todos mis recuerdos, me he quedado con uno que es muy especial para mí… Cuando era niño, había dos grandes empresas de bollería, Bimbo y Ortiz. Sus atractivos productos se anunciaban en los tebeos y en la televisión. Bony, Bucaneros, Tigretón, magdalenas Ortiz… Siempre tan caros, pero con aquellos cromos maravillosos. A veces, si mi madre había logrado ahorrar unas pesetas de la compra, nos daba el capricho, pero no eran asequibles.

Una vez, siendo muy pequeño, en su preciosa cocina, con repostero, alacena y venta con vistas al limonero, me topé con una extraña cacerola. Intrigado le pregunté por ella y me explicó que servía para hacer magdalenas. ¿Magdalenas? Pero, ¿¿¿tú puedes hacer magdalenas???

Mi abuela, que me daba acceso a la torre donde se escondían los tesoros, que me preparaba la mezcla para las pompas de jabón,  que hacía de mi estancia en el pueblo toda una aventura, ¡tenía el poder de hacer magdalenas! De acuerdo, no tenían los cromos de “Busca la pareja”, pero estaban mil veces más buenas. Desde aquel momento y hasta que se vino a Madrid, siempre que visitaba su casa tenía una bolsa de sus magdalenas esperando, como símbolo de su acogida y cariño hacia sus nietos. Cierto que tengo otros recuerdos, pero este abarcó desde mi niñez hasta mi juventud. Quizás por eso, el año pasado me empeñé en hacer en casa magdalenas y, tras “desconcertantes” resultados, lo logré con gran alegría, pensando que la tradición iba a continuar. Yo no uso aquella cacerola-horno tan bonita, pero con mis moldes de silicona me siento capaz de recuperar esos “superpoderes” que ella me mostraba en la cocina.

Con esos “superpoderes” no es de extrañar que se ganara el mote de la “Superabuela”.

NOTA DEL AUTOR: tras el fallecimiento de mi abuela “mis pavitos” me inundaron el móvil y el Twitter con mensajes de ánimo muy cariñosos. ¿Quién dijo que nuestros adolescentes no tienen valores positivos? Me siento muy orgulloso de ser profesor…

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martes, octubre 22nd, 2013

Un trocito de tu alma

Mi primera cámara de fotos llegó con mi primera comunión. Para un niño de los setenta aquello equivaldría hoy a una tablet en la escala de regalazos, al igual que el Parque de Atracciones de la Casa de Campo se compararía ahora con EuroDisney (si eres uno de mis alumnos te ruego que aguantes la risa por respeto… Gracias). Pues a lo que iba… Cogí mi Werlisa club, con un carrete en blanco y negro gigante de 36 fotos y uno de refuerzo de 24 (insisto en lo de la risa, por favor) y me lancé a la caza. Para los neófitos en fotografía clásica, decir que los carretes se gastaban y que el revelado posterior era una pasta gansa para un niño de mi edad. Lo del cable USB y las tarjetitas vino después. Así pues, cada foto que hacías requería una buena puesta en escena, contener la respiración y observar cuidadosamente por donde se las gastaba el sol, ya que, según tus mayores, era lo que marcaba la frontera entre obra de arte y el futuro material para Iker Jiménez.

Como todo lo que nace de la paciencia y el esfuerzo sabe mejor, cada foto se convertía desde ese momento en un instante mágico, un recuerdo único que ibas almacenando en tu álbum. Así me pasa ahora, que algunas de mis fotos de sopotocientos megapíxeles ya ni recuerdo dónde las hice, pero las más antiguas sí.

¿Y qué decir de la época de mis abuelos? Fotos de estudio, elegantes, ellos de pie y ellas sentadas, trajes de domingo, decorados teatrales, miradas perdidas, radiografías de familia…

Desde que inicié mis andanzas como profesor siempre he procurado llevar una cámara a las excursiones, por aquello de regalarles a mis alumnos un trocito de sus almas atrapado en el papel fotográfico, para que con el paso de los años puedan reencontrarse con los rostros y escenarios de su adolescencia, pero ahora la presencia de los teléfonos móviles ha hecho innecesaria esa labor.

Hoy nos tocaba convivencia en la ciudad serrana de Guadarrama, en un paraje ideal para disfrutar de la naturaleza. Sin embargo la lluvia ha optado por echarle un cable a los aficionados a las setas, obligándonos a pasar cinco horas bajo techo en un comedor. Los profesores hemos decidido sacar los juegos de mesa y permitir que esos móviles, agazapados entre las mochilas y emboscados en los bolsillos, pudieran salir de su clandestinidad para hacer algunas fotos y así, al menos, evocar en el futuro que ese días nos mojamos y lo pasamos bien todos juntos en la sierra de Madrid. Y entonces te das cuenta…

Aquellos instantes mágicos, casi eternos, son ahora destellos fugaces, imágenes acumuladas por centenares, archivos que vuelan de un aparato a otro… Algunos rostros robados son retocados, con mejor o peor intención, mediante una aplicación que pinta bigotes o deforma la cara. Amigos que se hablan mirando la propia pantalla, sin prestar atención a los ojos que te abren el alma del otro. Te mando un whataspp y estás junto  a mí… Te etiqueto la esencia, pero no la acaricio con mi presencia.

Pues parecen felices, piensas algo extrañado… ¿Me estaré perdiendo algo? Pero en ese momento lo descubres: en el último banco está ese alumno calladito, el que mira de soslayo a Pascualita, la niña de 2ºE de la melena rubia interminable. ¡Clic! La ha cazado… Le ha robado con su móvil un retazo de su alma, explicándole a su corazón que sí, que la próxima vez será un beso, pero que por ahora le basta con llevarla en el móvil y poder contemplarla esos días en los que todo le sale mal y comienza a intuir que en la infancia era todo más fácil. Como profesor acostumbrado a lidiar con las múltiples leyes que protegen a los niños lo primero que piensas es decirle al pirata que borre esa foto tomada sin consentimiento, porque hay una ley que dice que si patatín y que si patatán… Pero luego calculas lo que hubieras dado tú por poder haber hecho lo mismo a su edad con la Werlisa sin llevarte una bofetada, llevando en tu cartera ese amor de contrabando. Y, claro, el corazón se te ablanda a pesar de tus temores sobre cómo afectarán las redes sociales y los móviles a la educación afectiva y emocional de los adolescentes. Así que miras para otro lado y cruzas los dedos deseando ver al ladrón de almas en un futuro bailando con su princesa rubia en las fiestas del colegio. Y mientras tanto, haces una foto de tus alumnos jugando a las cartas, la mandas al twitter del colegio y permaneces unos instantes mirando tu recién estrenado móvil con perplejidad.

Ahora, mientras escribo estas líneas, tengo a mi derecha en una vitrina la antiquísima cámara de mis abuelos.  Iba a hacerle una foto con el móvil, para ilustrar este artículo, pero me ha parecido poco adecuado.

 



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lunes, agosto 12th, 2013

Cabalgando sobre un caballito de mar

Mi colegio está de reformas. Es un gran cole, con instalaciones deportivas, patio enorme, laboratorios, talleres, salón de actos, cuatro líneas por clase, ordenadores, sala de audiovisuales, etc. Ahora le llamo “mi colegio”, pero hace años llamaba así al lugar donde estudié la E.G.B.

Mi cole de pequeño tenía un patio por debajo del nivel del suelo, por lo que siempre daba la impresión de estar jugando en un enorme foso de hormigón de varios metros de altura. No teníamos instalaciones deportivas, salvo el polideportivo municipal, a donde acudíamos dos días por semana. Nuestro profesor Don Juanjo buscaba una cancha o recurso que estuviese libre ese día y así improvisaba el diseño curricular de Educación Física según el panorama que se encontraba. Tenía su emoción. ¿Qué tocará hoy? Voley con pelota de fútbol, cama elástica, salto de longitud, balonmano…

Las chicas estudiaban en un edificio distinto al nuestro, por lo que mi clase nunca olió a violetas. Ellas eran seres mitológicos, poseedoras de muñecas, lectoras del “Lily” y musas de nuestros sueños. Los profes que cuidaban el patio marcaban el límite entre los dos mundos. Creo que me aficioné al baloncesto cuando se instaló una canasta junto a la frontera.

No había salas de las llamadas específicas, por lo que todo se impartía en el aula convencional. Recuerdo una mañana, en 4º, que vino muy contento don Vicente a informarnos del hallazgo en el aula almacén de un modelo de ser humano con los órganos hechos en plástico. Aquel día íbamos a tener nuestra primera –y última práctica-. Nos colocamos en fila y acudimos felices al aula misteriosa. Hicimos un corro alrededor de la figura de tamaño natural y Don Vicente nos mostró lo complicados que éramos. “Estos son los pulmones y esto que voy a sacar ahora es el…” ¡Avalancha! Los órganos cayeron a nuestros pies estrepitosamente levantando una nube de polvo. Menos mal que todavía no sabíamos lo que era el género “gore”. La hora transcurrió dejándonos los sesos con el pobre Don Vicente para recomponer aquel puzzle orgánico. Aprendimos por lo menos a trabajar en equipo.

También recuerdo a mi querido don Juan colocando un libro de Historia Sagrada sobre un armario para acompañar su explicación en religión con imágenes o cuando a su regreso de vacaciones de Semana Santa nos trajo un caballito de mar que pinchó en el corcho para ilustrarnos sobre la diversidad marina. Recuerdo haber soñado aventuras montando sobre tan diminuto, pero brioso, corcel. Ni Furia ni Silver. Yo me pedía el caballito de mar.

¿Y qué decir de doña Carmen? Compraba una baraja infantil para entregarla como premio al que hiciera mejor el cálculo mental. Nunca la gané, pero estrujé mis neuronas para conseguirla. Don Ramón nos inició en la poesía. Una tarde nos recibió en clase con un autorretrato suyo en la pizarra como perámbulo a la lectura del libro que había publicado. Todos se lo compramos más o menos convencidos. Supongo que no le sentaría muy bien a nuestros padres. No me acuerdo. En está época actual, él habría creado un blog con sus versos y nos daría la dirección para poder leerlos.

Muchos de mis maestros hicieron el esfuerzo de renunciar a sus estrategias de disciplina autoritaria y a su forma de impartir sus clases al llegar la democracia. No tenían muchos medios materiales, pero supieron dar lo mejor de sí mismos en aquellos años y ayudarnos a crecer en una época de cambios y dudas. Otros decidieron aferrarse a otros tiempos y siguieron usando sus métodos de castigo físico, logrando nuestra atención por el miedo. La letra con una regla de madera entra. Debían sentirse perdidos por aquel entonces, por lo que no les culpo de sus errores. Yo también los cometo.

Así que estos días, cuando contemplo el que ahora es mi colegio, me pregunto lo que podrían haber hecho mis profesores con todos estos medios actuales. Doña Carmen con una tienda de “todo a 1 €”, Don Vicente con sus animaciones sobre el cuerpo humano en Internet, a Don Juanjo con un polideportivo propio, a Don Ramón con su blog de poesía española o a Don Juan con sus transparencias sobre el Antiguo Testamento.

Junto a nuestro centro estaba la otra cara de la moneda. Un enorme complejo educativo con todo lo que un niño podría desear, incluyendo piscina. Puede resultar difícil de entender, pero nunca envidié a los alumnos del otro lado de la calle.

Es más, si pudiera regresar en el tiempo con lo que ahora sé, no dudaría en volver a mi antiguo colegio, el único del barrio con foso, como los castillos de verdad.

Así que, ahora que he cruzado la calle, procuraré seguir ilusionando a mis alumnos con las pequeñas cosas, como hicieron mis maestros conmigo, sin dejar que la abundancia que en siglo XXI les rodea pueda deslumbrarles.

Gracias a la educación que recibí todavía hoy de vez en cuando cabalgo en un caballito de mar.

(Publicado en marzo de 2007 en Corazones de tiza en las paredes del patio)



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lunes, julio 29th, 2013

Nueces con lazo

Querida/o amiga/o:

Sé que no me conoces personalmente, pero creo saber algo de ti, ya que paso muchas horas al día con gente como tú. Muchos de ellos dejaron el colegio hace años y ahora son mujeres y hombres sanos y felices. Te cuento esto para que sepas que al final la historia puede acabar bien. Todo depende de ti.

A lo mejor nunca te has parado a pensar que en España hay casi tres millones de jóvenes de tu edad, que sienten lo mismo que tú, deseando ser agradables a los demás, queriendo gustar y ser el centro de atención de las pandillas. En esa carrera por ser más que el otro, por gustarle a ese chico o chica que no me mira en el patio o simplemente por destacar, buscas cualquier pista para alcanzar el éxito.

¿Te imaginas a un vendedor de frutos secos que le pusiera un lazo a las nueces para demostrar que el fruto está en buen estado? Eso haces muchas veces cuando te importa cuidar más tu cuerpo hacia fuera que hacia el alma, o cuando tu éxito social depende de la compra de una determinada marca de ropa. ¿Sabías que el presupuesto que los jóvenes gastan con tu edad para adquirir ropa de marca oscila entre 36 Euros y 160 Euros al mes mientras que hay niños en el mundo que mueren cada día de hambre por no tener un euro al día?

La marca no es sólo un logotipo, es una promesa que te hace un fabricante a través de la publicidad, prometiendo que tendrás éxito en la vida, que serás popular, que ganarás dinero, que dispondrás de lujos o que llegarás a ser como las estrellas que salen por televisión. Te están vendiendo un mundo falso y vacío, en el que todo reluce y brilla y en el que no hay sitio para los que no se unan a esa marca.

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Tú ahora estás creciendo, quizás tu cuerpo con más velocidad que tu cabeza – suele pasar, don´t worry-, por lo que eres presa fácil de ese mundo de espejismos en el que el dinero, los cuerpos Danone y el éxito fácil aparecen como única posibilidad de tu futuro. No te dejes engañar. Crece, vive la vida, disfruta de cada momento, sueña con un mundo mejor, ama sin límites y goza de la libertad. Pero hazlo desde el corazón, desde tu interior, desde el fondo de tu alma.

Si eres una mujer, no te dejes embaucar por los que dicen que tu rol supremo es estar atractiva. Ellos sólo quieren limitar tus horizontes porque no es rentable que la mujer compita en igualdad de condiciones. Dale la vuelta al mundo, pon el patriarcado patas arriba y entrégale al mundo eso que necesita y que a menudo ocultas bajo la tiranía de la imagen.

Si eres un hombre, entrena la fortaleza de los sentimientos, no la de tus brazos. No hagas caso de los que dicen que las emociones son para ellas. Llora, comparte, ama sin miedo, y descubrirás que eres más libre que antes. Ámate a ti mismo por lo que eres, pero también por lo que no eres.

Mírate al espejo y sonríe ante esos ojos tan bonitos que tienes, pero también ante ese grano que te ha salido y que demuestra que eres mayor. Haz que hasta el más pequeño de tus defectos sea atractivo. Entonces te darás cuenta de que lo más maravilloso de ti no es la cáscara de la nuez, es el fruto.

Así que no pierdas el tiempo en ponerte los pantalones caídos para que vean la marca del tanga o los calzoncillos que escondes debajo. Sólo presume de la marca de tu corazón, y recuerda que la única belleza que crece con los años está en tu interior.

 (Publicado en marzo de 2007 en Corazones de tiza en las paredes del patio)

 
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miércoles, julio 17th, 2013

¡Qué sabrán las chicas!

Pascualito está literalmente destrozado. Ha suspendido hasta las clases particulares, la chica de sus sueños tontea con uno de los mayores, su querido equipo de fútbol cae goleado un domingo más, sus padres le han castigado sin PSP, sin ordenador y sin móvil, y lo que es peor, tiene un grano entre ojo y ojo por el que ya se le conoce por el Unicornio.

Pascualita tampoco está para fiestas. Ha sido pillada en el examen de Sociales con un alijo de capitales europeas oculto en el estuche, él no sólo parece ignorarla si no que además se hace el encontradizo con la petarda del grupo E, mamá le ha dicho que con zapatitos de domingo que no va al colegio y, por si quedaba algo, eso de la pubertad va por barrios, o mejor dicho, por zonas, que parece que su cuerpo no sabe de armonías.

Pascualito y Pascualita se enfrentan al recreo con gesto cansino, directos a comprarse un palmera bien cargada de chocolate a modo de ansiolítico que les ayude a afrontar media hora de relaciones sociales con la bandera a media asta. Hoy nada de manzanitas.

Juanito ha encontrado algo caído a su inseparable amigo Pascualito. Se acerca a él despacio, se sitúa a medio metro de distancia y le saluda con leve puñetazo en el brazo. ¿Qué pasa tío? Pascualito responde al gesto dando un manotazo a Juanito en la tripa. Un profesor que cuida el patio se pregunta si se están dando de leches. Pues ya ves. Desayunando. Juanito le pregunta por su estado de ánimo. Estás jodío, tío. ¿Qué te pasa? El otro baja los ojos y mira a su alrededor. Nada. ¿Qué me va a pasar? Juanito también mira a derecha e izquierda. No está muy acostumbrado a tener confidencias con su amigo ahí, en público, a la vista del foro social. Aún así insiste, por lealtad a su colega. ¡Venga! A ti te pasa algo. Pascualito le mira fugazmente a los ojos y balancea la cabeza. Algo sí que me pasa. Pues cuenta, tío, que para eso están los amigos. En ese momento Juanito pasa de estar a cincuenta centímetros a estar a diez. A Pascualito le incomoda la invasión de su espacio físico y retrocede antes de narrar su lista de problemas. Juanito asiente gravemente. ¡Pobre Pascualito! Necesita mi ayuda. Tiene los ojos llorosos. Quizás debería abrazarle, pero me va a tomar por un maricón. Le pondré la mano en el hombro. Pascualito mira la mano como si fuera un alacrán. No, si no estoy tan mal. Las lágrimas están a punto de surgir. Juanito comienza a apurarse. ¡Joder! Que este se me pone a moco tendido. Entonces comienza a darle a su infeliz compañero una lista de soluciones para cada una de las cuestiones que le preocupan. Gracias tío eres un amigo. ¿Tienes un pañuelo de papel? Por supuesto, los que quieras. Y quiero verte contento, ¿vale? Le da una colleja y se aleja de allí comprobando la presencia de testigos.

Juanita se encuentra a Pascualita llorando en la escalera. Se sienta junto a ella. La rodea con el brazo. Le da un beso en la mejilla. Tantas veces han hablado de sus sentimientos que apenas necesita que le diga nada. ¿Es por el tonto ese? Es que los hombres sólo piensan con… Comprendo cómo debes estar. Lo que no sé es como le puedes aguantar, con lo que tú vales. Pascualita asiente a medias. ¿Hay más? ¡Tu madre! Seguro que ha sido ella. ¿Otra vez los zapatos? Pascualita asiente. ¿Qué sabrá ella de moda? Juanita acaricia la cabeza de la desdichada amiga y señala a los deportivos de la discordia. Si tu madre fuera a la oficina con zapatillas seguro que la mandaban a la calle. Pascualita se deja coger la mano y poco a poco se va tranquilizando. Menos mal que existe alguien en este mundo que me comprende.

Minutos más tarde, cuando Pascualita se ha calmado, gracias a las caricias físicas y verbales de su amiga, escuchará el punto de vista de Juanita sobre sus problemas. No le da la razón en todo. Eso lo hacen las colegas. Yo soy tu amiga y no te voy a mentir. Aunque no te guste lo que escuches, te lo digo por tu bien. Lo de copiar está fatal, tía. Caminarán cogidas por el patio durante unos minutos. Juanita se ha puesto las gafas de Pascualita para ver el mundo como ella, ha usado su cuerpo para transmitir su afecto y, una vez que Pascualina se ha sentido comprendida, el terreno está fértil para que su mejor amiga le ponga las cosas claras. Juanita no se corta nunca con las amigas.

Pascualito también se va a clase, con las manos en los bolsillos y la mirada baja. Se cruza con las dos amigas que van hacia el edificio unidas por el brazo y piensa: Mira que son sobonas y toconas las chicas. Niega con la cabeza y se aleja en silencio ensimismado en sus pensamientos. Un balón le golpea por la espalda. Lo observa en silencio. Toma carrerilla y se lo devuelve a su dueño de un potente disparo hacia la portería más cercana.

¡Qué sabrán las chicas!

(Publicado en febrero de 2007 en Corazones de tiza en las paredes del patio)


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