Blog de Antonio Javier Roldán sobre adolescencia y educación

La Pavoteca


viernes, enero 25th, 2013

 

Queda la música

 

De la película “La misión” (Roland Joffé-1986) lo que más me impactó, dejando a un lado la maravillosa banda sonora y su utilidad como herramienta de vídeo-fórum catecumenal, fue su epílogo. Un pequeño grupo de niños indígenas se suben a sus barquitas tras sobrevivir a las consecuencias de la avaricia, la política y la decadencia del mundo occidental que les había invadido. La vida que conocían en su pequeño paraíso natural y familiar ha sido reducida a cenizas por aquellos que les prometieron un sociedad mejor. Tienen motivos más que suficientes para tatuarse el odio a los españoles, a los portugueses y a la iglesia en la piel de varias generaciones. Sin embargo, no dudan en recoger un violín que flota en el agua, como eslabón que les une con una de las pocas lecciones válidas que han aprendido durante su convivencia con los jesuitas. Los niños supervivientes serán padres algún día y les contarán a sus hijos que, entre aquellos conquistadores, corruptos, mentirosos e irresponsables, había también hombres buenos, capaces de dejarse la piel, o el alma, por ellos y que, además, les trajeron la música.

Actualmente nuestros jóvenes crecen confiando en nuestras palabras. “Estudia, que algún día serás libre“. “Ahorra, para la entrada de un piso“. “Vótame, soy la solución a tus problemas, mindungui“. “Déjame tu dinero, que yo lo cuidaré como si fueras tú mismo“. “Confía en la justicia, que es igual para todos, ay que me parto, ¿se me ha oído?… Así, cuando llega el momento de la verdad, terminan su adolescencia y llegan a la universidad, se encuentran con un país arrasado por la corrupción de sus dirigentes, arrodillado ante el liberalismo económico, con el dinero escamoteado al estado oculto en paraísos fiscales, con la educación politizada y la familia real escenificando una parodia de la serie “Dallas” con el ducado de Empalmado (sic) de fondo. Así que muchos de ellos toma el violín y se las piran a Alemania para reconstruir los sueños que les prometieron. Mierda de España, pensarán, que prescinde de la generación más preparada de la historia.

Y  yo, como profesor, ¿qué voy a decir? Pues que me enorgullece ver como los que fueron mis alumnos todavía no han rescatado del desván el trabuco del abuelo y el Manual del Perfecto Cocktail Molotov de sus padres y no organizan unas fallas con ninots de carne y hueso con toda esa gentuza que ha secado sus ilusiones. Y así te llevas sorpresas agradables cuando ves ayer en la televisión a un preadolescente que vive en una chabola a las afueras de Madrid y que su consejería de educación les ha recortado el bus escolar para que sólo funcione a la ida y no a la vuelta, solución propia del marxismo cinematográfico. Así que nuestro héroe regresa por la noche a casa por el método de San Fernando, pisando barro por una cuneta, y cuando le entrevista la periodista el intrépido peregrino escolar afirma que quiere estudiar medicina. Sí señor, con un par. ¡Bravo chaval! Ojalá lo logres y, cuando me falle la junta de la culata de los propergoles, me tope contigo en tu hospital público de adobe y porexpan, porque al menos tendré un médico vocacional que no se rendirá ante mis goteras. Espero que dentro de diez años te encuentres con el ministro o la consejera de educación de turno y os echéis juntos unas risas recordando la bucólica entrevista de ayer. Lo que daría por estar allí, campeón.

Así que cuando alguien me dice aquello de que la juventud es como la que sale en Gandía Shore y que no tienen valores ni capacidad, yo le respondo que menos mal que los tienen, porque otra generación en su lugar nos habrían puesto en su sitio al sobrepasar los cuatro millones de parados porque, otra cosa no sé, pero en capacidad de organizarse y trabajar en equipo se las pintan solos

¿Qué les puedo decir entonces a mis alumnos? Pues que hay que seguir estudiando, y aunque vuestro primer empleo sea sirviendo jarrones de cerveza en el Volksfest de Múnich, sacadle unos cuartos a la Merkel y regresad algún día para recuperar España. Cuando llegue ese momento, os recomiendo usar el método de proyectos, preparar alternativas, promover el voluntariado y  los bancos de tiempo, poner patas arriba la sociedad, salir a la calle para forzar las reformas hasta que no quede ni un solo chupóptero, porque al final sí había chorizo para tan poco pan.

Sólo me queda una duda… ¿Cuál será el violín que les dejaremos a la siguiente generación? Me cuesta encontrarlo, sinceramente. Sé que es muy fácil arrimar el ascua a mi sardina, pero es inevitable: la educación. Los profesores y las familias hemos remado contra las sucesivas reformas educativas, la televisión niñera, la purpurina tecnológica, la abundancia y la manipulación curricular, y a pesar de eso nos hemos empeñado en educar en valores y formar ciudadanos tan integrados que ni siquiera se nos rebelan (los pobrecitos).

Por eso sigo poniéndome todos los días mi guardapolvo de carpintero y, aunque como luthier lustroso no soy gran cosa, sí al menos procuro que el violín suene todos los días. Así, cuando uno de mis alumnos se sienta explotado en algún rincón de Europa, siempre tendrá la esperanza en ese violín que descansa sobre su maleta. “No podrán conmigo ni los de aquí ni los de allí“. Y por las noches, soñará con un ejercito de violines entrando por los Pirineos sin elefantes, pero más motivados que esos paquidermos bailando el Twist sobre la porcelana de su graciosa majestad. ¡Venganza! Proclamarán con las trompas levantadas…

Ante tal invasión melódica, el gobierno mandará una orden al jefe de programación de la televisión de todos y les dirá que hay que aprovechar esa energía desperdiciada de la juventud y que alguien contrate a una productora externa para rodar “Violines por el mundo” y así reciclar ese música en algo útil. En España no se tira nada, dirá algún ministro con cuarenta cargos de confianza. Si eso ocurre, querido alumno, no te preocuoes, que entonces el que sacaría el trabuco del abuelo sería yo. A mis años…


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domingo, enero 13th, 2013

 

Toca nuestra canción

 

En mi colegio existe la costumbre de realizar reflexiones acompañadas por música para comenzar la jornada. A menudo la canción que suena, como preludio de las palabras, provoca miradas cómplices entre los adolescentes que permanecían sumidos en los largos bostezos del inicio de las seis horas de clase. Reconozco que muchas veces el entusiasmo que algunas melodías provoca en ellos es inversamente proporcional al mío, pero procuro escucharlas con respeto y atención, porque es “su música” y forma parte de su mundo.

El viernes pasado era yo el que andaba clamando por los brazos cálidos de Morfeo, lo cual forma parte del clásico regreso de las vacaciones, más si es en invierno. Pues en esas estábamos, alumnos y profe, reconciliándonos con el amanecer cuando escucho por el altavoz el “Still loving you” del grupo Scorpions, una balada heavy de 1984. Casi, nada. Aunque la canción parecía toda una declaración de amor, cuando analizabas la letras intuías que estaba relacionada con el tristemente célebre muro de Berlín, pero, claro, un adolescente de los ochenta soñaba con lo que soñaba, no con un bloque de hormigón de casi 200km de longitud que asociabas con las clases de historia.

A lo que iba. Conectan la megafonía y suena la canción. Mis alumnos de 2º de ESO no se miran ni reaccionan. No la conocen, como era de esperar. Yo sí, y mis dedos comienzan a rasgar las cuerdas invisibles de la mesa del profesor. Mientras ellos aguardan la reflexión, mi mente viaja casi treinta años atrás y recuerdo…

…Era un disco pub de pueblo,  a casi seis horas de mi hogar. Recuerdo el humo, aquella capa densa como la niebla que se te pegaba a la ropa y al pelo, los vasos baratos con el cubata que sabía a caramelo y la sensación de estar dentro de una parodia del Rick´s Café, lo cual no sería problema si Ingrid Bergman hubiera suspirado por mis huesos o mis salvoconductos. Para colmo el camarero me estaba torturando con los Hombres G (hoy, debilidades de la edad, los escucho con cariño) mientras lavaba el embudo del garrafón. Genial. La adolescencia tiene eso, que el pulpo o acaba en un garaje o a la feira, pero pocas veces se anuda con la pulpa, y esta vez me había tocado el garaje y con el tubo de escape a todo trapo. Total, que en uno de mis caballerosos viajes a la barra a por las aceitunas vislumbro junto a la cadena de música el último disco calentito de los Scorpions, el cual llevaba unas semanas llorándome desde el escaparate con sus 1200 calas de precio de lanzamiento tatuado sobre el cartón. ¡Ah, no! Esto ya es recochineo… Nunca había hecho nada parecido, pero le eché cara al asunto y le dije al maromo que si me ponía el “Still loving you” me iba a arreglar la tarde. Me miró calibrando mi monedero y su consecuente propina posterior, y finalmente accedió. Regresé a la mesa, pensando aquello de “os vais a enterar todos de lo que es música”, con una sonrisa de oreja a oreja.

Unos minutos después, sonó la canción. Fue como si Bogart le hubiera dicho a Sam que tocara el piano, pero con la pulpa de Ingrid sin dar señales de vida. De repente aquel antro me pareció más cercano y mis recuerdos me llevaron de nuevo a Madrid. De todos los garajes, de todas las ciudades del mundo, el pulpo tuvo que entrar en este. Así es la vida. Quizás en aquellos minutos, viendo las caras de desprecio de algunos clientes a aquella música, fue cuando descubrí dos cosas. Una, que la música puede ser un buen atajo para reconocer tus emociones, en esa edad en la que ni siquiera sabes ponerles nombre, y que a veces una simple melodía puede hablarte y decirte cosas como “nunca aceptes pulpa como animal de compañía” para que sigas esperando a Ingrid. Un secreto: la encontré, pero más guapa que la de la pantalla. La otra cosa que aprendí es que, por muy mal que te encuentres, la música tiene la virtud de llevarte de vuelta a casa. Dicen que la patria de un hombre son los recuerdos de su infancia. Quizás… Pero en el baúl de nuestra memoria existen emociones de toda una vida, algunas muy recientes, y todas ellas merecen estar en nuestra bandera.

Mientras escribo estas líneas he puesto el disco de Scorpions. No me ha costado 1200 pesetas, me lo he descargado por la patilla. Me pregunto si para mis alumnos la música seguirá siendo ese sueño inalcanzable tras la luna de una tienda de discos o si será un mero artículo gratuito. Intuyo que no, que también para ellos será una puerta al cofre de las emociones. Por eso, cuando por la mañana la canción que suena por megafonía les despierta del sopor y sonríen felices, evoco todos los buenos y malos momentos de mi juventud mostrándome comprensivo y cercano hacia los nuevos estilos, aunque nunca me motiven tanto. Siempre ha sido así, de generación en generación.

Así que nunca olvidaré aquella noche en que Klau, Rudolph y los demás me rescataron en un bar, ni a Dire Straits cuando me animaron a estudiar aquel verano las naturales de bachillerato, o aquella tarde en Berlín, sentado frente al Reichstag evocando el concierto de Barclay James Harvest de 1980 o la guitarra de Gary Moore surgiendo por una ventana durante el recogimiento de una procesión en Andalucía. Tampoco dejaré de estremecerme cuando el Careless Whisper de Wham me lleve de vuelta a la discoteca donde por primera vez bailé con mi Ingrid Bergman. Y hoy en día, es casi una tradición que haga el salvaje con mis alumnos durante las fiestas del colegio al ritmo de Mago de Oz.

Sé que mis alumnos regresarán a su adolescencia dentro de muchos años, cerrando los ojos y pidiéndole a su almohada que toque su canción, y que Humphrey o Ingrid les abrazarán y velaran sus sueños, acunando unas emociones a las que, ahora sí, por fin, sabrán poner nombre.


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sábado, enero 5th, 2013

 

La noche de la ilusión

 

Hacía un buen rato que Rai y Zahra se habían ido a cenar. Nico y Sonia se quedaron solos entre el público, contemplando aquel desfile de carrozas y espectáculos dirigido a todo aquel que conservara en su corazón algún rastro del niño que fue. La situación era de lo más extraña, porque ninguno hacía referencia a lo más evidente, que eran dos adolescentes rodeados por cientos de críos que mataban por cada uno de los caramelos que llovían desde el cielo. Nico decidió ser el primero en romper el hielo: –Por allí viene el rey Melchor.

–Genial. Lloraré de emoción –dijo Sonia mientras acariciaba la Mano de Fátima que se había colgado al cuello para estrenarla aquella tarde.
–Ya… –nuevo silencio–. Oye, que cuando quieras nos vamos.
–Estoy bien, de verdad. Pensaba en lo nerviosa que me ponía la víspera del día seis. Ahora también, no creas… En mi cada nos tomamos muy en serio esto.
–Y…, bueno. ¿Qué has pedido?
–¡Bah! Lo de siempre, ya sabes. Bueno, así especial una maleta muy bonita que vi en Sol el otro día, con florecitas y muy fuerte, para el viaje fin de curso. ¿Y tú? –Sonia se volvió a Nico mientras pasaba el rey Gaspar–. Si es que crees en estas cosas. ¡Espera! No me lo digas, la saga de Harry Potter. ¿Verdad?
–Muy graciosa la niña… Para que te enteres, lo que yo quiero queda entre Baltasar y yo.
–Claro, la intimidad es importante vuestra relación.
–Vale. Le he pedido algo que deseo mucho y que hoy por hoy es imposible.
–¿Tan caro es?
–No tiene precio –y miró a Sonia con los mismos ojos enamorados del día del Tor. Ella se dio cuenta al instante y retomó la atención en la cabalgata.

“…Maldita sea la sociedad, no es oro lo que brilla, y bendita sea la suciedad, donde lloro por mis pesadillas. Aunque imaginé mi vida como un cuento de hadas, sé que terminé la partida sin aliento para nada…”.

La cabalgata había terminado y el rey Melchor se acercó al estrado para dirigirse a los niños. Sonia y Nico se miraron abochornados. Una cosa es ver las carrozas y otra tragarse el discurso.

–Será mejor que nos vayamos, ¿no? –propuso Sonia.

Ambos jóvenes caminaron ensimismados en sus pensamientos hasta la boca de metro de Retiro. Pasaron el billete por el torno de entrada y se despidieron quedando en llamarse al día siguiente para citarse con Zahra y cotillear sobre los regalos y Rai. Cada uno iba a un andén distinto, por lo que el foso de las vías les separó dejándolos enfrentados. Un niño, sentado junto a Nico le preguntó a su madre si los Reyes Magos le traerían lo que había pedido. Sí, porque has sido bueno. Entonces el muchacho miró de nuevo a Sonia, y ella a su vez presintió que era observada por él. Nico se levantó y salió del andén, cruzó el hall y bajó en busca de su hada del Tor.

–Es que tú eras mi regalo, Sonia –se encogió de hombros.
–¿Qué voy a hacer contigo? Eres un caso perdido –abrazó a Nico y le dio un fugaz beso en los labios, casi un leve roce. El metro entraba en la estación cuando Sonia se retiró enjugando una lágrima furtiva–. Feliz noche de la ilusión, brujito.
–No te vayas, por favor. ¡Espera!
Y así quedó Nico, con la huella de su regalo todavía presente en su boca, mientras las luces del último tren se iban apagando en las fauces del túnel.

Las aventuras de Zahra. El mapa de Maslama

(Descarga: http://www.antoniojroldan.es/Zahra.htm )

 



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miércoles, enero 2nd, 2013

 

Las otras posturas

Durante la adolescencia todas las generaciones hemos mostrado interés por el sexo, natural, pero en cada época el acceso a la información y al material erótico no ha sido igual de fácil. En España, sólo en sesenta años, hemos pasado de tirarle tinta a la película Gilda a disponer de 429.000.000 entradas en internet para la palabra “sexo”. Teniendo en cuenta que hoy en día nuestros jóvenes tienen acceso a la red mediante del ordenador y, muy a menudo, el smartphone, es de suponer que son todos unos expertos en “fontanería aplicada”.

 

Por eso resultaría ridículo impartir una charla o un curso sobre afectividad y sexualidad centrándose solamente en los aspectos físicos. Aunque a veces te llevas sorpresas… El caso es que los vídeos y fotos con contenido erótico explícito muestran unas relaciones muy artificiales, con sumisión por parte de la mujer y sin comunicación afectiva. Cuando hablamos de estos temas en clase les suelo decir a mis alumnos que comparar ese material con la realidad es como analizar la labor de un arqueólogo a través de la saga de Indiana Jones: todo sigue un guión saturado de hipérboles y licencias.

 

Por eso creo que en nuestra labor como educadores, padres o madres, debemos afrontar “nuevas posturas” para trabajar un “Kamasutra emocional”. Eso no suele enseñarse ni en la televisión ni en internet…

POSTURA DE ESCUCHA: no es mi estilo criticar a los jóvenes, porque somos nosotros los responsables del entorno social y de la educación que han recibido, pero debo decir que es cierto que tienen una gran dificultad para escuchar. Son muy visuales e interactivos y les cuesta ser sujetos receptores de la información. Saber escuchar es un arma de seducción muy notable y fomenta la empatía. Además, un adolescente necesita ser escuchado.

 

POSTURA DEL JUEGO: como decía antes, no confundamos a Indiana Jones con Juan Luis Arsuaga. En el material accesible por la red nunca se verán las risas, la complicidad o la comprensión ante un mal día o una dificultad. El placer físico puede acompañarse con el placer de la diversión o el juego en pareja.

 

POSTURA DE LA TERNURA: vale, lo admito… Aquí las chicas ganan por goleada porque han aprendido desde niñas a transmitir sentimientos con el cuerpo. No es raro ver a dos amigas abrazarse o darse un beso al encontrarse por el colegio. A los chicos nos cuesta. Más que abrazar golpeamos la espalda y lo de besar a un amigo nos da “mucho respeto”. Para la ternura siempre hay tiempo, como decía la canción. A veces las palabras sobran y es el cuerpo el que sabe consolar, acompañar o tranquilizar.

 

POSTURA DEL ETERNO ENCUENTRO: muy avanzada, para parejas compenetradas. Aunque parezca imposible, a veces sucede que pasan diez años, veinte, treinta, cuarenta, y todavía te emocionas cuando ella, o él, entra por la puerta o te la encuentras por la calle. Enamorarte cada día requiere ser un experto en el “Kamasutra emocional”. No lo intente en casa sin haber ensayado las posturas anteriores.

 

Y ahora te propongo un reto. ¿Te atreves a sugerir nuevas posturas para este artículo?

(Puedes mandármelas como comentario en el blog, por correo o por twitter)




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domingo, diciembre 30th, 2012

 

Nochevieja

 

Querido diario:

Son las ocho de la tarde. Mamá está con la abuela preparando la cena. Hoy escribo tan temprano porque me han dejado ir a la fiesta. Mi padre me puso un examen –más difícil que los del Chanquete- y saqué un siete. Se puso muy contento y me ha dejado con la condición de que sea responsable y que vuelva con Carmen –la chica que de la panda que vive al lado-. Es mi primera salida a una fiesta que no sea de cumpleaños o en el colegio. Me siento como si tuviera veinte años.  Marta me ha dicho que pase por su habitación que me va a maquillar un poquito. ¡Qué nervios!

 

Ya se escuchan por todo el pueblo los petardos y las risas. Si estuviera en Madrid sólo escucharía coches. Pasado mañana volvemos a casa, que a papá se le acaban los días libres. Tengo ganas de ver a Noelia, para saber si está más tranquila. Le he llamado por teléfono, pero me ha dicho su madre que está castigada. ¿Qué puedo hacer?

Este año que se acaba ha sido demasiado intenso. Ya he pensado mis doce deseos: 1- Encontrar el amor, 2- Aprobar las mates, 3- Que Noelia se mejore, 4- Tener salud, 5- Que Marta apruebe la asignatura pendiente en febrero, 6- Viajar a París “acompañada”, 7- Que a mi familia no le pase nada, 8- Un mundo más justo en el que no haya hambre, 9- Subir la media de mis notas, 10- Cenar con Orlando Bloom, 11- Ir a una discoteca y, por supuesto, 12- No perder ese ángel que dicen que tengo.

 

Hace un rato me he puesto el abrigo y me he asomado al balcón de la casa, desde el que se ven las montañas y el cielo limpio de polución. ¡Qué bonito! Me encanta la noche. Quisiera ser como una de esas estrellas que brillan de alegría porque conocen todos los secretos de las personas que, como yo, le confían sus mayores ilusiones. Hay tanta belleza en la vida…

Se supone que cuando una se va haciendo mayor debe dejar de llorar. Lo malo es que según pasan los años encuentro tantas cosas que me llegan al alma, haciéndome derramar lágrimas de emoción, que me pasaría las horas llorando. Quiero vivir, beber la vida a grandes tragos pero, por otro lado, siento tanto miedo de crecer y dejar a un lado el nido seguro de mi infancia que a veces me siento perdida entre dos mundos.

¡Hasta mañana, estrellas! ¡Feliz año nuevo, querido diario!

(“El diario de Kayleigh” – Descarga:  http://www.antoniojroldan.es/diario.htm )


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martes, diciembre 18th, 2012

 

Aprendiendo a nadar

 

La infranqueable muralla levantada en la orilla pretendía custodiar el castillo de la Bella Durmiente, pero las olas la habían reducido a una especie de roscón de barro que más que proteger animaba a las olas a darle un baño de realidad a la perezosa princesa. Quizás había llegado el momento de abandonar los sueños arquitectónicos y de emprender una lucha cuerpo a cuerpo con el mar. Me has derribado mis defensas, con alevosía, pero ahora te voy a patear y te pondré en tu sitio, bribón. Total, que la niña arroja la pala y se va en busca de sus progenitores: -Quiero aprender a nadar.

En ese momento los padres se movilizan y contemplan tres opciones:

El acantilado:

Hija mía, queremos que disfrutes de la libertad que nosotros no tuvimos a tu edad. Los padres escalan con su hija un acantilado, la agarran de una pierna y la lanzan cual jabalina humana. ¡Vuela eres libre, tesoro! Si la niña sobrevive a la caída, y al presumible tiburón, difícilmente podrá aprender a nadar entre olas, remolinos y tsunamis emocionales. Eso sí, tan libre como una sardina sin lata.

 

La bañera:

Como queremos que no sufras percance alguno vas a aprender a nadar en una bañera. Los padres introducen a su cachorrita en una bañera, con manguitos ISO-Flota 2012, salvavidas testado por la Consejería de Sanidad y agua caliente, para no constiparse. La niña mueve las manitas, pero al poco tiempo opta por disfrutar del jacuzzi casero y se deja querer. No correrá ningún peligro, salvo arrugarse como una pasa, pero tampoco logrará nadar.

La piscina:

En la piscina la niña encuentra unos límites seguros para poder sentirse a salvo, pero lo suficientemente amplios como para poder explorar el agua y dar sus primeras brazadas. Los padres no están solos, porque hay un socorrista (profesor, tutor u otro adulto de referencia) que les echa un vistazo mientras ellos descansan o se ocupan de otras obligaciones. Si la niña se maneja bien en esos límites podrá dar el salto a la piscina olímpica. Si por el contrario no aprovecha esos amplios márgenes deberá descender a la piscina infantil y reanudar el proceso.

Los límites, tan importantes en la adolescencia, deben ser muy claros, pero tampoco demasiado numerosos. No olvidemos que los jóvenes están explorando el mundo adulto y necesitan espacio para gestionar su libertad y su autonomía.




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sábado, diciembre 15th, 2012

 

Decálogo de la convivencia

 

 

1º) Desde el primer día de clase conocerás los nombres de tus alumnos. Haz que se sientan únicos desde que entras por la puerta y así comenzarás a tejer con ellos el hilo afectivo que os unirá a lo largo del curso.

 

2º) No levantes la voz si no quieres que la levanten ellos. Mírale a los ojos y háblale con seriedad, pero sin ejercer la violencia que transforma al maestro en enemigo.

3º) Sé firme y medido en los castigos que pongas, pero utiliza estos para acercarte más a tu alumno. Tras razonar la sanción, siéntate con él y escúchale, averigua qué se esconde tras esa conducta y procura ponerte sus gafas para ver el mundo como él y comprender el motivo de sus acciones. Quizás su mal comportamiento esconde una llamada de atención hacia ti y sus compañeros.

4º) Saluda a tus alumnos con una sonrisa cuando te los encuentres por el colegio. Si tus alumnos están en una fase de cambio, en la que apenas se gustan a ellos mismos, demuestra que tu encuentro casual con ellos es una buena noticia para ti. Acógelos con cualquier gesto, que se sientan queridos y aceptados en su diversidad.

5º) Resalta en público sus virtudes, pero corrige sus errores en privado. Nunca los humilles en público, porque a la vergüenza que sentirán se unirá la orfandad de la pérdida del maestro. Cuando proclames sus éxitos reconocerán el camino que andan buscando y será más fácil motivarles.

6º) Reserva parte de tu tiempo libre para hablar con ellos, pero sobre todo para escucharles. No te subas al púlpito cada vez que entres en clase. Abre las orejas, sé humilde y aprende de ellos. Cuando te equivoques, celébralo, porque del error se aprende y esa es una lección que ellos necesitan.

7º) Atrapa a tus alumnos en clase, haciendo que cada minuto sea un acontecimiento. Disfruta en tus clases, para que ese entusiasmo se contagie. Inventa, crea, busca, descubre… Súbete con ellos en el barco del aprendizaje, ejerce de capitán, pero haz de la travesía un viaje único.

8º) Procura que el alumno te respete por tu profesionalidad y el hilo afectivo que os une, nunca por tu severidad. Que la coherencia sustituya a la incertidumbre, y que el cariño arrincone al miedo. Cuando el alumno cometa una falta que nazca en él el perdón, como restauración del lazo perdido, pero no como arrepentimiento para evitar la sanción.

9º) Ayuda  a crecer al que destaca en tu materia, pero vuélcate más en el que más te necesita. Haz que su causa sea la tuya, que no se sienta solo ante su fracaso y que en la lucha por sus objetivos tú nunca vas a rendirte. Cree en él más que él mismo.

10º) Nunca seas el amigo de tus alumnos,  porque amigos tienen muchos, pero maestros pocos. Sé cercano, cariñoso, respetuoso y comprensivo, pero nunca olvides cuál es tu sitio. Recuerda que cuando unos padres presumen de ser amigos de sus hijos suelen llevarte un huérfano a clase.

 

 


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viernes, diciembre 7th, 2012

 

Un viaje de ida y vuelta


Esta es la historia de un maravilloso viaje de ida y vuelta…

Suele ocurrir una tarde, al regresar del colegio. Quizás fue porque diste una mala contestación a tu profesor o simplemente porque él te miró como sólo él sabe hacerlo. El caso es que dejas tu mochila en la silla y te sientas en la habitación que, sin motivo aparente, parece más pequeña que nunca. Tus juguetes contribuyen a la decoración absurda y parecen testigos incómodos de tu descubrimiento. Te asomas a la ventana y el mar urbano brilla misterioso entre los reflejos de la sociedad que te espera tras los cristales. Quizás ha llegado el momento de partir.

Tus padres observan con gravedad tus preparativos. No te dejes nada, hija. ¿Has repasado la lista? Están tensos, pero también esperanzados en que sepas manejar el timón cuando lleguen las primeras tempestades. No es fácil… Te alejas en tu barco para explorar el mundo de los adultos, pero necesitas dejar en tierra a los que más te quieren para alcanzar tu autonomía. ¿Cómo decirles que ese viaje terminará en el mismo puerto y que los lazos seguirán ahí, aunque con cuerdas más elásticas.

 

La travesía será dura. No siempre los vientos te serán favorables y más de una vez mirarás la radio con la tentación de pedir el rescate. Podrá más tu orgullo y quizás eso te impulse a seguir adelante. Por la noche mirarás al cielo y recordarás aquellas veces que ella te arropaba cuando estabas enferma o simplemente de daba un beso para que te acompañara en los buenos sueños. Es curioso. Las estrellas parecen observarte, como si todavía ellos estuvieran cuidando de ti. Hace frío, pero descubres que en la mochilla te han dejado el termo con el caldo caliente. Sabe a hogar y reconforta en la madrugada.

Ha pasado el tiempo y el mar ha dejado de golpear a estribor, haciendo el timón más dócil a tu mano. Las velas tensadas están de tu parte y el barco parece volar por encima del agua. Entonces lo notas, el soplo de libertad en tu rostro mojado, el vértigo de la velocidad y tus latidos acompasados con las olas que golpean la proa. Quizás haya llegado el momento de regresar. Pasan las horas y vislumbras un diminuto destello en el horizonte. ¡Por mil cañones por banda! Lo reconocerías entre mil. Él te marca la entrada a ese puerto que tantas veces dejaste cuando salías con tu padre a pescar. Cada una de las rocas está marcadas en la carta de navegación que llevas tatuada junto al corazón.

 

Ellos aguardan tu regreso. Por sus rostros cansados adivinas que llevan muchas horas esperando. Mientras surcabas los mares aprendiste a abrazar. Es un momento intenso, porque ya puedes mirarles a los ojos y ver a través de ellos la profundidad de su alma. Tuve que irme, era la única manera de encontrarme con vosotros.

Luego sacarás de la bodega todos tus tesoros y recuerdos, y los compartirás con ellos. Algunos serán amargos pero, ¡qué diablos!, forman parte de tu viaje.




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